Capítulo 3
Mientras estaba distraída, la madre de Ximena se acercó furiosa: —Sonia, tu sobrino le arrojó jugo a mi hija por todo el cuerpo. ¡Si Miguel no lo hubiera disciplinado, nosotros no lo hubiéramos dejado así!

Miguel también se apresuró a explicar: —Sonia, solo estaba corrigiendo a Santiago para calmar el enojo de la familia de Ximena. No te preocupes, me contuve, no lo lastimé.

Le lancé una mirada fulminante.

Santiago tenía la boca ensangrentada y la cara completamente hinchada. ¿A esto le llamaba contenerse?

Miguel bajó la cabeza, consciente de sus hechos.

Me dirigí a Natalia en tono burlón: —Natalia, hace media hora tu hija estaba en la azotea queriendo quitarse la vida, y fui yo quien convenció a mi novio de que la salvara, es decir que está viva gracias a mí y ahora ustedes agreden salvajemente a mi sobrino solo porque mojó a tu hija queriendo vengarme al enterarse que cambiaron la novia. ¿Es esa mi compensación por salvar a tu hija?Natalia frunció ligeramente el ceño. Quiso refutar mis palabras, pero al ver que todos la miraban, solo emitió un bufido despectivo y se calló.

Me levanté lentamente con la ayuda de Santiago. Miguel preguntó preocupado: —Sonia, ¿por qué estás tan pálida?

Lo ignoré y le dije a Santiago: —Llama... llama a una ambulancia...

Santiago rápidamente pidió una ambulancia para mí.

Miguel preguntó nervioso: —¿Qué pasa? ¿Por qué necesitas una ambulancia? Solo te empujé un poco, ¿no es exagerado?

Ximena se burló: —Seguramente es una táctica para hacer que Miguel se preocupe por ti.

Miguel frunció el ceño: —¿Es así? Sonia, no me gusta que uses estos trucos tan bajos.

Santiago, furioso, quiso pelear con él, pero lo detuve.

—Ayúdame a salir de aquí —le dije.

Santiago me sostuvo mientras yo, sujetándome el vientre y aguantando el dolor, caminaba lentamente hacia la entrada del hotel.

Miguel intentó detenerme, pero de repente alguien gritó "¡La señorita Ruiz se desmayó!", y de inmediato él fue a atender a Ximena, levantándola en brazos y exclamando: —¡Al hospital!

Me di la vuelta y observé lo angustiado por ella que se veía Miguel, sentí tanto dolor en mi pecho.

Incluso en nuestros momentos más románticos, su elección siempre había sido Ximena.

Si lo hubiera descubierto antes, ¿cómo habría terminado con un final tan trágico en mi vida anterior?

Santiago me consoló con ternura: —Tía, me tienes a mí, no estés triste. Siempre estaré contigo.

Sosteniendo su mano, sentí una calidez interior y sonreí: —No te preocupes, no estoy triste.

Pero Santiago no me creyó y dijo furioso: —Cuando crezca, no permitiré que nadie te maltrate jamás.

Mientras hablábamos, llegamos a la entrada del hotel y como el hospital estaba, la ambulancia llegó enseguida, justo entonces salió Natalia gritando:

—¡Doctor, salve a mi hija, sálvela!

Y enseguida me empujaron, tan fuerte que de no sostenerme Santiago habría caído. Levanté la mirada y era Miguel con Ximena en brazos, me dijo:

—Sonia, tu solo caíste, Ximena se desmayó, necesita atención médica urgente. ¿Le cedes la ambulancia?

El dolor en mi vientre se intensificaba. Negué con la cabeza: —No, no puedo, ¡tengo que ir al hospital!

Sabía que Ximena estaba fingiendo, y yo no podía jugar con mi propia vida.

Natalia se abalanzó sobre mí y me dio una fuerte bofetada: —¡Zorra! ¿Quién te crees que eres para competir con mi hija?

Santiago intentó defenderme, pero los guardaespaldas lo inmovilizaron contra el suelo.

Caí al suelo, temblando por el intenso dolor, y miré a Miguel suplicante.

Él evitó mi mirada y dijo: —Natalia solo está preocupada por Ximena. Además, está en juego una vida humana. Sonia, ¡no deberías estar celosa en un momento así!

Los demás también me criticaron, diciendo que cuando le pedí a Miguel que salvara a Ximena, solo estaba fingiendo.

Miguel pasó a mi lado llevando a Ximena en brazos y subió rápidamente a la ambulancia.

Antes de irse, me miró y dijo: —Sonia, siempre has sido bondadosa, seguro entiendes mi decisión, ¿verdad?

Sin esperar mi respuesta, entró en el vehículo.

Viendo alejarse la ambulancia, grité furiosa: —¡Miguel, eres un maldito desgraciado!

En ese momento, alguien señaló mis piernas horrorizado: —¡Ayyyy! ¡Sangre! ¡Está sangrando mucho!
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