Capítulo 8
Seguí a Miguel hasta la prisión que había construido para mí.

Desde ese día, me volví dócil y obediente, sin exigir nada.

Como si realmente me hubiera convertido en un trofeo que lo amaba hasta perder mi propia identidad.

Al principio Miguel venía con frecuencia, pero gradualmente solo aparecía una vez por semana.

Sin embargo, cada vez que me visitaba, sus ojos reflejaban una culpa más profunda.

Esto se debía a que Ximena venía a causar problemas a mis espaldas.

Él lo sabía, pero fingía no saberlo, porque las familias Urquiza y Ruiz ya estaban profundamente unidas, y no podía permitirse ofender a esta heredera.

Para compensarme, Miguel me enviaba valiosas joyas y bolsos.

Antes, los habría rechazado, pero ahora los aceptaba todos.

Después de todo, acompañarlos en esta farsa era como sufrir un accidente laboral.

Ese día, mi salud había mejorado bastante, así que salí con la excusa de visitar a Santiago.

Sabía que Miguel tenía gente vigilándome, por lo que no mostré ningún comportamiento
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