La Torre de Hojas respiraba, literalmente. Las raíces vivas que la sostenían vibraban bajo la influencia del eclipse, como si el mismísimo bosque estuviera unido a Selene por un vínculo sagrado y corrupto. Las paredes gemían, los techos goteaban savia púrpura, y las antorchas ardían con llamas negras que no emitían calor, sino deseo.La fiesta seguía. El frenesí de cuerpos aún chocaba entre susurros, gemidos y música tribal. Algunos de los invitados se desmayaban del exceso de placer o magia, pero siempre llegaba otro dispuesto a ocupar su lugar. Selene lo había organizado todo para esa noche: los hechiceros, los súcubos, los minotauros, los licántropos corrompidos por marcas oscuras… todos entregados a una sola causa: ella.Y sin embargo, no sonreía, no como antes. Se encontraba en lo alto del templo, recostada en una especie de altar flotante hecho de ramas trenzadas y pieles sagradas. Su cuerpo aún brillaba con la humedad del festín anterior, y el olor a sudor, sangre, sexo y hechiz
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