A la mañana siguiente, Diego observaba a Emma, quien dormía plácidamente, agotada por la noche apasionada e intensa que habían compartido. Su respiración era acompasada, tranquila, y su cuerpo desnudo apenas cubierto por la sábana revelaba las marcas que él le había dejado: chupetes, moretones y, sobre todo, la marca que sellaba su unión para siempre.Le era difícil creer que había encontrado a su verdadera compañera. Su mate. Su reina y futura Luna.Con cuidado, Diego extendió la mano y la posó sobre el vientre de Emma, sintiendo el calor de su piel y la leve curvatura que indicaba la vida creciendo dentro de ella. Pero entonces, sintió algo más.Un murmullo. Una conexión.Sus ojos se abrieron con sorpresa cuando las voces resonaron en su mente. Eran suaves, como un eco lejano, pero llenas de amor y calidez. Sus hijos. Ellos estaban conscientes de él, lo sentían, y en sus pequeñas formas, lo amaban profundamente, tanto como a su madre. Diego sintió que su corazón latía con fuerza y u
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