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31. La tormenta que se avecina.
El aire en la habitación estaba cargado, como si la tormenta estuviera a punto de desatarse. Yo no sabía si estaba listo para lo que implicaba mi decisión, pero, por primera vez en mucho tiempo, sentía que al menos estaba tomando las riendas de mi vida. Rita había dicho lo que todos evitaban decirme: tenía que ser honesto conmigo mismo. Y, tal vez, eso era lo más aterrador de todo. Porque al mirarla, en ese instante, supe que ya no había marcha atrás.La noche continuó avanzando en su curso, pero yo ya no podía pensar en el sueño. El eco de nuestras palabras seguía resonando en mi cabeza. Rita se había retirado un poco, no físicamente, pero sí emocionalmente. Sabía que lo que había dicho no era fácil de digerir. Ella también estaba en un punto de no retorno, y aunque intentaba esconderlo, podía ver la incertidumbre en su mirada. No sabía si confiaba completamente en mí, y lo entendía. Mis decisiones hasta ese momento no le daban demasiadas razones para hacerlo.Me pasé las manos por e
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32. El fuego de la manada.
El aullido resonó en la distancia, un recordatorio brutal de lo que dejaba atrás. En mis venas aún corría la rabia, la necesidad de liderar, de controlar, de ser el alfa. Pero la figura de Rita, su suavidad, su paciencia, todo lo que representaba para mí, me arrastraba hacia un abismo del que no podía volver. Y lo aceptaba. Sabía que, de alguna manera, este deseo tan visceral por ella y por mi vida juntos me estaba despojando de la capa de líder que tanto había protegido.La casa estaba en un silencio tenso, pero la presión de lo que venía ya se sentía como una ola gigantesca, levantándose desde el fondo, lista para arrastrarnos. La decisión que había tomado no era algo sencillo; era un peso sobre mis hombros. Rita era el ancla que me mantenía conectado a la humanidad, a la emoción, a la verdad que había querido evitar durante tanto tiempo.Me miraba desde el otro lado de la habitación, su mirada tan directa que sentí que me desnudaba, pero no de una forma física. Era como si pudiera
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33. La sombra del regreso.
El viento golpeaba mi rostro cuando salí de la habitación, dejando atrás el calor de Rita y la calma relativa de este pequeño refugio. La puerta se cerró con un suspiro detrás de mí, y aunque no lo quería admitir, sabía que el camino que tomaba no iba a ser fácil. Cada paso hacia la salida de la casa era un peso adicional sobre mis hombros, como si la tierra misma me estuviera reteniendo, como si me negara a ir. Pero, aunque todo dentro de mí gritaba por quedarme, la manada me llamaba, y no podía ignorarlo más.Rita… su rostro, su mirada, estaba grabado en mi mente. No me importaba cuán fuerte fuera la necesidad de regresar a la manada, de reclamar lo que era mío por derecho, no importaba cuán profundamente estuviera arraigada la obligación de ser el líder. Lo único que me importaba ahora era ella. Y aunque no podía estar con ella, no podía evitar pensar que la forma en que me sentía había cambiado. Ya no era solo el alfa. Ya no era solo el líder de una manada de lobos. Ahora, algo de
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34. El rostro de la guerra.
La niebla cubría el suelo, espesándose conforme me acercaba al territorio de la manada. Cada paso que daba era más pesado, como si la tierra misma quisiera retenerme, frenarme, hacerme dudar. Pero no podía. Mi mente estaba llena de imágenes de Rita, de su rostro, de su fragorosa ternura, de la forma en que me había visto cuando estaba al borde de la muerte, y cómo me había salvado. Sabía lo que significaba para mí ahora. Sabía que no podía abandonar lo que había comenzado con ella, pero también entendía que, si no volvía a tomar el control, todo lo que habíamos construido juntos se perdería. No solo la manada caería en manos equivocadas, sino que mi propia identidad quedaría deshecha.Las figuras de los lobos se perfilaban entre los árboles, sus siluetas recortadas por la luz de la luna llena. El viento les traía el olor de mi presencia, y ellos lo sabían. Los lobos rebeldes, aquellos que me habían atacado, ya estaban aquí. No iba a ser un enfrentamiento sencillo. No lo había sido nun
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35. Lo que queda.
El aire seguía impregnado del olor a sangre y sudor, el eco de la lucha resonaba en mis oídos. La manada había visto lo que sucedió. Habían presenciado cómo mi dominio sobre Natan quebraba la última resistencia que quedaba en ellos. La batalla por el liderazgo había terminado, pero, a pesar de la victoria, una sensación de vacío persistía en mi pecho. El control de la manada, la victoria sobre Natan, no me llenaba. No lo hacía.Mis ojos se fijaron en el cuerpo de Natan, tirado en el suelo, su mirada perdida. El peso de lo que acababa de hacer me golpeó como un puño en el estómago. Había luchado por mi lugar, por el control de la manada, pero mientras veía el cuerpo de Natan inerte ante mis ojos, supe que algo había cambiado en mí. Ya no era solo el alfa. Ya no era solo un hombre lobo liderando a su manada. Ahora había algo más. Algo más que no podía ignorar.Sentí la vibración del suelo bajo mis pies. Un rugido lejano rompió el silencio, y por un instante, creí que alguien más se acer
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36. El despertar de los dos.
El cuarto estaba en silencio, salvo por el sonido de su respiración suave, profunda. Rita dormía con la misma calma que me había embriagado cada vez que la observaba en su fragilidad, en su humanidad tan pura, tan opuesta a lo que soy, pero tan irresistible al mismo tiempo. Mi mirada recorría su rostro, estudiando los pequeños detalles que había llegado a conocer de memoria. Cada línea, cada curva, cada pliegue de su piel. Cada vez que veía esos ojos cerrados, me preguntaba qué pasaba por su mente. ¿Cómo me vería ahora? ¿Me reconocería aún como el hombre que había salvado, o como el monstruo que se había convertido en algo más grande que sí mismo?Me quedé allí, sentado al borde de la cama, preguntándome cuánto tiempo podría soportar el no saber. El no saber cómo se sentía, cómo me veía después de todo lo que había sucedido, las semanas de mi recuperación, las mentiras no dichas y las verdades que ni yo mismo comprendía del todo. Lo que había entre nosotros no podía seguir oculto, no
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37. La prueba del deseo.
El sol apenas se filtraba a través de la cortina del cuarto. Un resplandor suave iluminaba las sombras que aún quedaban de la noche, mezclando la calma con la tensión palpable que flotaba en el aire entre nosotros. Rita seguía sentada sobre la cama, la mirada fija en mí, como si quisiera leer cada uno de mis gestos, cada uno de mis movimientos, como si se estuviera asegurando de que no fuera una ilusión, de que lo que había dicho no fuera solo una mentira que se disolviera en el aire.Yo también la observaba. Sus ojos, oscuros, profundos, estaban llenos de incertidumbre, pero había algo más, algo nuevo. Un destello de algo más fuerte. Tal vez lo que habíamos estado evitando todo este tiempo: el deseo. No solo físico, sino una necesidad emocional que habíamos intentado sofocar sin éxito. Algo que nos unía de una forma que no podíamos ignorar, aunque intentáramos hacerlo.Me levanté lentamente, cada paso hacia ella sintiendo el peso de lo que estaba a punto de hacer. Cada instante antes
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38. El peso de la decisión.
El sol finalmente se alzó, pero su luz no me pareció tan reconfortante como en otros días. Había algo diferente en el aire, algo que no podía definir, pero que sentía profundamente en cada fibra de mi ser. Después de lo que habíamos compartido, Rita y yo estábamos en una encrucijada. Un cruce de caminos tan oscuro y peligroso que, aunque quería que ella fuera mi compañera en este viaje, no podía ignorar las consecuencias.Estaba sentada en el borde de la cama, sus manos entrelazadas en su regazo, mientras observaba la ciudad desde la ventana. Sus ojos, llenos de pensamientos, parecían más lejanos que nunca, como si estuviera luchando con su propia mente, buscando algo que no sabía cómo encontrar. Sentía su incertidumbre, su confusión, como si todo lo que había sucedido entre nosotros la hubiera dejado marcada de alguna manera. No sabía si lo que había hecho, lo que habíamos hecho, era un error o un paso hacia algo más grande.Me acerqué a ella con pasos lentos, cada uno pesado con la
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39. Entre sombras y promesas rotas.
La mañana pasó en un parpadeo, pero para mí parecía que había transcurrido una eternidad. Rita se había dormido en mis brazos, su respiración tranquila, pero yo no podía dejar de pensar. La manada, Natan, todo lo que había dejado atrás… La idea de tener que regresar a esa vida, a esa lucha constante por el poder, me hacía sentirme más dividido que nunca. La pasión y el deseo que había compartido con Rita no podían borrar la realidad de lo que era, de lo que debía ser, si quería seguir siendo el alfa. Pero en su presencia, todo parecía menos importante. Ella era la única cosa que parecía tener un propósito real, algo que me hacía querer ser mejor, querer salir de la oscuridad.La escuché moverse a mi lado, su respiración se volvió más irregular. Abrió los ojos lentamente, como si estuviera saliendo de un sueño profundo y, al mismo tiempo, regresando a una realidad que tal vez ya no reconocía. Me miró, esa mezcla de confusión y atracción aún evidente en sus ojos, pero también algo más:
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 40. El peso de la manada.
El aire se sentía más denso esa tarde, como si la ciudad misma estuviera consciente de lo que se estaba gestando. La relación entre Rita y yo no era algo que pudiera tomarse a la ligera. Yo lo sabía, ella lo sabía, y en el fondo, ambos sabíamos que nuestras decisiones iban a marcar el futuro de nuestras vidas. No importaba cuán fuerte fuera mi deseo de estar con ella, de protegerla, la manada, mi posición, todo lo que había construido hasta ahora, estaba en juego. Rita se había mostrado fuerte, decidida, al tomar mi mano y dar ese primer paso hacia lo incierto. Pero, cuando la observaba, veía esa sombra de duda en sus ojos, esa lucha interna que reflejaba las mismas preguntas que atormentaban mi mente. ¿Realmente podíamos hacer que esto funcionara? ¿Podría yo dejar atrás mi naturaleza para abrazar lo que teníamos? Y lo peor de todo, ¿podría yo protegerla de lo que vendría, de lo que mi vida implicaba? En este momento, no había vuelta atrás. Habíamos decidido ir juntos, pero el hecho
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