Sus manos, que hace minutos estaban atadas, ahora recorren mi piel con una mezcla de necesidad y poder. Se aferra a mis hombros y a mi cuello. Mientras mi mirada se clava en la suya, mientras la tomo por la cintura con fuerza, obligándola a mantener un ritmo cada vez más frenético. Su respiración se mezcla con la mía, entre jadeos y gemidos contenidos, pero lo más adictivo es verla así: sobre mí, dominante y entregada a la vez. Ella no se quiebra. Ella se consume. Y con cada movimiento de su cuerpo sobre el mío, siento cómo se borra lo que la razón quiere imponernos.Mis labios encuentran su cuello, su clavícula, el hueco entre sus pechos. Me hundo en su piel, en su aroma, en su calor. Ella tiembla cuando muerdo suavemente su piel, cuando mis manos la sostienen con más fuerza, cuando le recuerdo con cada caricia quién está debajo de ella, quién es el que la está haciendo arder esta noche.Ella entierra las uñas en mi espalda y me arranca un gruñido desde lo más hondo de mi pecho. Mi re
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