Capítulo veintitrés: mordidas.
Comí. Por primera vez en mi vida, se me olvidaron los modales a la hora de comer, devoré el plato lleno de tostadas, huevo y salchicha. Por suerte, no había nadie en la habitación. Era como si todo mi apetito sexual se transportó a mi estómago. Hoy tuve la mayor cantidad de sexo en mi vida, en un solo día. Era como si hubiera completado una rutina de ejercicio y eso me produjera un hambre insaciable. Tomé del jugo de naranja y me vestí con un conjunto que encontré en el closet. Pantalón negro estilo campana y una camisa rosa sin ninguna clase de manga, dejando al descubierto mis hombros, mi clavícula y la sutil línea de mis senos. Desde que me casé no me había podido vestir con libertad, jovial. Estuve encerrada entre faldas elegantes y vestidos de diseñador. Eso no estaba mal pero, de vez en cuando, me quería vestir como quisiera. Por más casada que estuviera y el tiempo que le dediqué a un hombre que no valió la pena, aún seguía siendo joven y merecía vivir la vida que me per
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