Las paredes eran de concreto reforzado, sin una sola grieta. El silencio era denso. No llegaba ni un eco de los disparos, ni del caos que seguramente seguía rugiendo en la superficie. Solo el zumbido sutil del sistema de ventilación, y la respiración contenida de quienes se encontraban dentro.Svetlana apretaba los puños, los nudillos blancos, el corazón estrujado por una mezcla de miedo y desesperación. Su vestido de novia estaba sucio y rasgado en los bordes, y su rostro, aunque hermoso, estaba marcado por la angustia.A su lado, Tatiana sostenía en brazos a Anya, quien dormía tras haber llorado hasta el agotamiento. Alexei sentado a un lado de la silla de ruedas de su esposa, y no apartaba la vista de sus hijas.—Esto es culpa tuya —escupió Mirella de repente, con la voz llena de veneno, mirando a Svetlana como si fuera la portadora de todas las tragedias—. ¿Es que no lo ves?Svetlana abrió los ojos, herida. La miró, sintiendo cómo la culpa la atravesaba.—Desde que llegaste, comen
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