Gabriella salió de la cocina y se dirigió a la mesa siete. Aun de espaldas, podía reconocer quién era el hombre de la mesa siete. Cuando vio a Fabrizio sentado allí, su corazón dio un vuelco.“Así que viniste a verme,” pensó Gabriella, sintiendo una mezcla de alivio y nerviosismo.—Esta vez no cambiaré tu comida tan fácilmente —dijo Gabriella, cuando llegó frente a Fabrizio, cruzando los brazos.Fabrizio levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de ella. Una chispa de reconocimiento y emoción pasó entre ambos.—No quiero cambiar la comida, solo hablar con el chef, y la mejor manera es decir que la comida está mal. ¿Podemos hablar? —respondió Fabrizio, con una leve sonrisa, levantando una ceja.El tambor en su pecho retumbaba mucho más. Si decía que no, se arrepentiría más tarde, y si decía que sí, también. No importaba cuál fuera la respuesta, el resultado sería igual.—Sí, pero me tienes que esperar, estoy ocupada en la cocina —dijo Gabriella, suspirando profundamente.—No m
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