Las palabras de Paz cayeron como un balde de agua helada, y el silencio que las siguió fue ensordecedor, más pesado que cualquier grito.Deborah, con los labios entreabiertos, parecía atrapada entre la incredulidad y el miedo, como si el suelo bajo sus pies estuviera a punto de colapsar.Terrance, por otro lado, permanecía rígido, con la mandíbula apretada y los ojos oscuros, reflejando una mezcla de un orgullo que se negaba a ceder.—¿Qué dices? —Terrance rio, pero su risa carecía de alegría. Era más un escudo—. ¿Ahora haces acusaciones falsas para llamar la atención?Paz sintió cómo su rabia, ese fuego que llevaba años encendido en su pecho, crecía hasta ser incontrolable.Dio un paso al frente, con los ojos clavados en él como dagas.—Di lo que quieras, Terrance, niega lo que ambos sabemos. Pero entre los dos, está claro quién aquí intentó acabar con mi vida. ¿Te sorprende que siga aquí, que haya sobrevivido? Pues escucha bien: tengo más vidas de las que tu odio puede apagar, y no m
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