Cuando llegaron al departamento, Paz llevó a sus hijas al sofá, tratando de mantener la calma, aunque sentía su corazón latiendo desbocado.—Niñas, quiero que me expliquen, ¿por qué hicieron esto?Mila y Mia tenían las cabecitas bajas, sus manitas jugueteaban nerviosas con las mangas de sus camisetas, y sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas.—Mila, Mia… mírenme, por favor —insistió Paz, tratando de mantener la voz firme.Fue Mia quien alzó primero la mirada. Tenía el labio tembloroso, y al ver los ojos preocupados de su madre, una lágrima rodó por su mejilla.—Mami… ¿Por qué no quieres que tengamos un papito? —su vocecita temblaba, pero había un reproche sincero escondido en sus palabras—. ¿Por qué no podemos?Las palabras fueron como un golpe directo al pecho de Paz, un dolor que no esperaba y que la dejó sin aire por un momento.—Mia, Mila… no digan eso, por favor —les pidió en un susurro quebrado.Pero Mila, más impulsiva y enojada que su hermana, soltó un grito entre lágri
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