Ariadna miró con desconcierto cómo sus manos descansaban sobre sus piernas, los dedos tamborileando con una paciencia calculada. Por un segundo, pensó que esperaba que ella se sentara allí, pero descartó la idea tan rápido como llegó. No, eso no podía ser posible. Sin embargo, cuando Maximiliano se puso de pie, ella supo que algo iba a suceder. Sus pasos eran lentos, deliberados, como si quisiera alargar la agonía del momento. En un abrir y cerrar de ojos, estaba frente a ella, invadiendo su espacio personal de una forma que la dejó sin aliento. —Dame un beso —exigió, sus manos moviéndose con agilidad hacia sus caderas. Ariadna se tensó de inmediato, su cuerpo entero reaccionando al toque de él. No sabía si era miedo, indignación o algo mucho más visceral lo que recorría sus venas en ese momento, pero no estaba dispuesta a ceder—. Solo así vas a conservar el trabajo —agregó Maximiliano, inclinándose ligeramente hacia ella, su mirada fija en la de Ariadna como si pudiera leer cada un
Leer más