El bullicio del Castillo había disminuido, y las sombras comenzaron a alargarse mientras la noche se asentaba. Emma se encontraba en un rincón apartado, revisando los mapas y estrategias que habían discutido. Sin embargo, su mente divagaba hacia Alaric, quien había estado distante y frío, como si una barrera invisible los separara a pesar de la tensión palpable entre ellos. De repente, la puerta crujió y Alaric entró, su figura se recortaba contra la luz tenue. Emma sintió un escalofrío recorrerle la piel. Él se acercó, sus ojos oscuros fijos en ella, y por un momento, todo lo demás se desvaneció. La intensidad en su mirada la hizo contener la respiración. —Emma —dijo, su voz grave rompiendo el silencio—. Necesitamos hablar. Ella lo miró, sintiendo la mezcla de frustración y deseo en su pecho. —¿Sobre qué? —respondió, tratando de mantener la calma. La frialdad en su tono era un escudo, pero su corazón latía desbocado. Alaric dio un paso más cerca, su presencia era abrumadora.
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