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Todos los capítulos de El CEO que no podia amar: Capítulo 71 - Capítulo 80
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El Juego del Engaño
El eco del disparo aún retumbaba en la cabeza de Aitana. La habitación parecía congelada en el tiempo, mientras ella permanecía inmóvil, mirando el cuerpo de Nicolás en el suelo. Por un segundo, todo parecía haber terminado.Pero entonces, algo ocurrió.Nicolás no se movía. No había sangre, no había el impacto que esperaba. La confusión llenó sus ojos cuando de repente, el cuerpo de Nicolás emitió un leve gemido. Su pecho seguía subiendo y bajando. ¿No estaba muerto?Aitana soltó el aire que había estado conteniendo, su corazón latía con fuerza. Levantó la mirada hacia Adrián, quien observaba la escena con una expresión intrigante, como si hubiera estado esperando ese momento.—Interesante —dijo Adrián, rompiendo el silencio con una voz cargada de un sarcasmo malicioso.Aitana retrocedió un paso, la pistola todavía temblaba en su mano. No entendía qué había pasado. Se suponía que todo había terminado con ese disparo, pero algo estaba mal.—¿Qué está pasando? —preguntó Aitana, su voz a
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El Precio del Poder
El eco del disparo aún resonaba en la cabeza de Aitana, pero el silencio que siguió fue aún más aterrador. Sus pensamientos eran un caos, pero no tuvo tiempo de procesarlo cuando Adrián, con su semblante imperturbable, chasqueó los dedos de nuevo.La puerta del salón se abrió lentamente y, por ella, entró una figura. En sus brazos llevaba algo que hizo que el corazón de Aitana se detuviera. Un bebé. Su bebé.—No… —susurró Aitana, sus ojos fijos en el niño. No podía creer lo que veía. Su respiración se hizo más rápida, más errática. El horror en su rostro era palpable.El hombre que sostenía al bebé se detuvo a un metro de distancia de Aitana y lo entregó a Adrián, quien lo sostuvo con una facilidad inquietante. Aitana dio un paso adelante, su instinto maternal aflorando.—¿Qué has hecho? —preguntó con un hilo de voz, su cuerpo temblaba mientras se enfrentaba a la realidad.Adrián la miró, sin rastro de remordimiento.—Siempre supe dónde estaba tu hijo, Aitana. —Dijo, su tono calmado,
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El Destierro de Nicolás
El almacén era frío y lúgubre, con paredes de metal oxidadas y techos altos que parecían amplificar el eco de cada paso. Adrián caminaba con una seguridad que irradiaba autoridad, su figura iluminada brevemente por los tenues rayos de luz que se colaban a través de las grietas en el techo. En ese silencio inquietante, una sombra encadenada se movía en el rincón más oscuro del lugar. Nicolás.Sentado en una vieja silla de madera, Nicolás levantó la mirada al escuchar los pasos acercándose. Sus ojos, alguna vez llenos de poder y orgullo, ahora estaban opacos y cansados. La traición, las mentiras y la caída desde la cima habían dejado una huella profunda en él. Sabía que este encuentro definiría su destino, y lo que quedaba de su vida estaba en manos de un hombre al que había subestimado.Adrián se detuvo frente a Nicolás, mirándolo desde arriba con una mezcla de desprecio y satisfacción.—Nicolás —dijo, su voz resonando en el vacío del almacén—. Siempre fuiste un hombre inteligente, ast
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El Ascenso de Aitana Alarcón
El salón de juntas del Grupo Alarcón estaba lleno de las personas más influyentes del país. Ejecutivos, empresarios y políticos aguardaban en silencio mientras el reloj avanzaba lentamente hacia el inicio de la reunión. El nombre de Aitana Alarcón había resonado en cada rincón de la nación durante los últimos meses. Su presencia, su influencia y su inquebrantable liderazgo habían transformado la percepción de la familia y el grupo que llevaba su apellido.Aitana entró en la sala con la cabeza alta, su mirada fija y segura. Llevaba un traje negro perfectamente ajustado que destacaba su figura esbelta, pero lo que más impactaba era su porte. Cada movimiento, cada palabra que decía, emanaba poder. No era solo la heredera del imperio Alarcón, era la mujer que lo había elevado a un nivel de poder nunca antes visto.Luis caminaba un par de pasos detrás de ella, siempre vigilante. Había sido su sombra fiel en los últimos meses, ayudándola a fortalecer alianzas y asegurar que ningún obstáculo
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Especial: El Exilio de Nicolás
Los días eran largos en las montañas. El aire frío mordía su piel, y la soledad se había convertido en su única compañera. Nicolás Valverde, el hombre que una vez había sido el más poderoso de la ciudad, estaba ahora confinado a una cabaña de madera, en una tierra lejana donde las sombras se alargaban al atardecer y los días pasaban en silencio.Habían pasado ya varios meses desde que Adrián lo había desterrado, sentenciándolo a vivir en ese exilio eterno. La cabaña en la que vivía no era más que un refugio rústico, con una chimenea que apenas lograba mantener el lugar cálido y una pequeña ventana que daba hacia las montañas nevadas. Las semanas habían pasado en un vaivén de días interminables, donde el eco del viento era lo único que rompía la tranquilidad. Las personas del pequeño pueblo cercano lo conocían, pero mantenían la distancia. Nicolás nunca compartía más de lo necesario, y sus ojos siempre estaban llenos de una oscuridad que no lograban comprender.Una mañana, mientras Nic
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Especial: La Curación de las Sombras
El viento helado rugía a través de las montañas, aullando como un lobo hambriento. Nicolás, cubierto con una manta vieja y raída, se encontraba tumbado en el suelo de su cabaña. Cada respiración era una lucha, cada inhalación quemaba sus pulmones como si estuviera tragando fuego. Su cuerpo temblaba incontrolablemente, y el sudor empapaba su frente. No sabía cuánto tiempo había estado así, días quizás, o tal vez semanas. El tiempo había perdido su significado en este lugar olvidado por el mundo.De pronto, la puerta de la cabaña se abrió de golpe. La figura de Helena se recortaba contra la luz del exterior, su silueta marcada por la nieve que caía a su alrededor. Había llegado con la intención de dejarle algo de comida, como solía hacerlo de vez en cuando. Sin embargo, al verlo postrado en el suelo, su rostro perdió el color.—¡Dios mío, estás ardiendo en fiebre! —exclamó mientras se arrodillaba a su lado, sintiendo el calor abrasador que emanaba de su cuerpo.Nicolás apenas pudo abrir
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Especial: El Comienzo de Algo Nuevo
El sol apenas se asomaba entre las montañas, tiñendo el cielo de un suave tono anaranjado. Nicolás se despertó temprano, como cada mañana desde su recuperación. Había algo en el silencio de la montaña que lo hacía sentir en paz, aunque esa paz era frágil, siempre amenazada por las sombras de su pasado. Pero esa mañana era diferente. Después de semanas de reflexión y largas noches de insomnio, Nicolás supo que era hora de moverse. No podía seguir atrapado en un lugar donde la bondad de los demás le recordaba constantemente que no pertenecía allí.Se levantó lentamente, sus músculos aún algo débiles, pero lo suficientemente fuertes para enfrentarse al día. Miró alrededor de la cabaña que había sido su refugio, un lugar que ahora sentía tan distante, casi como una jaula. Sabía que debía agradecer a Helena y su familia por todo lo que habían hecho por él, pero quedarse allí no era lo que realmente deseaba.Con esa convicción en mente, comenzó a empacar las pocas pertenencias que tenía. Gu
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Especial: El Regalo de la Sombra
El aire en la pequeña aldea de las montañas estaba cargado de una energía especial ese día. Las flores adornaban las calles, y una gran carpa blanca se erigía en el centro de la plaza, donde los lugareños se habían reunido para celebrar lo que sería recordado como el evento más grande que el pueblo había visto en años: la boda de Nicolás y Helena.Después de meses de compartir sus días y noches juntos, de construir un vínculo que fue creciendo poco a poco, Nicolás finalmente había dado el paso. No era fácil para él, ya que su vida había estado llena de incertidumbre, pero con Helena había encontrado algo que no creía merecer: paz y amor verdadero.El día comenzó con el sonido de las campanas resonando en las montañas. Helena estaba radiante, con un vestido sencillo pero elegante que destacaba su belleza natural. Nicolás, por su parte, lucía un traje que los aldeanos habían cosido a mano para él, un gesto que mostraba cuánto lo apreciaban desde que había llegado a ese lugar.—No puedo
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Especial: La Primera Noche de Nicolás y Helena
La cabaña estaba envuelta en un silencio apacible, roto únicamente por el crepitar suave del fuego en la chimenea. Nicolás y Helena habían vuelto del festejo, el cual había dejado una energía cálida en el aire. El pueblo había celebrado su unión con un entusiasmo que solo una pequeña comunidad podía ofrecer, y ahora, en la privacidad de su hogar, todo parecía detenerse.Helena, nerviosa y expectante, permanecía junto a la ventana, su mirada perdida en las sombras que danzaban por el paisaje. A pesar de los meses que habían pasado juntos, de las miradas compartidas y los silencios cómplices, esa noche se sentía diferente. Sabía que ambos habían recorrido caminos difíciles para llegar a este momento, y aunque no había sido una historia típica, ahora estaban allí, juntos.Nicolás, por su parte, se encontraba frente al fuego, sus pensamientos dispersos. Su vida en las montañas había sido una huida constante, una búsqueda de paz que, hasta cierto punto, había encontrado con Helena. Sin emb
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La Visita Inesperada
El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas que rodeaban la mansión de los Alarcón, bañando el horizonte en un cálido tono anaranjado. Aitana, sentada en su despacho, revisaba informes y documentos relacionados con las últimas alianzas del grupo. Su vida, desde que había tomado las riendas de la empresa, había sido una constante batalla por mantenerse en la cima, y, al mismo tiempo, sobrevivir a las intrigas que parecían tejerse a su alrededor.De repente, un golpe suave en la puerta interrumpió su concentración.—Adelante —respondió sin levantar la mirada.La puerta se abrió lentamente, y una figura alta y elegante cruzó el umbral con la seguridad de quien conoce perfectamente el terreno que pisa. Aitana levantó la vista y su corazón dio un vuelco.—Adrián... —murmuró sorprendida. No lo había visto en meses.Adrián esbozó una sonrisa ladeada y caminó hacia ella con una tranquilidad desarmante.—Aitana. Sabía que te encontraría aquí —dijo, sentándose sin esperar invitación.Aitana l
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