El sol apenas se asomaba entre las montañas, tiñendo el cielo de un suave tono anaranjado. Nicolás se despertó temprano, como cada mañana desde su recuperación. Había algo en el silencio de la montaña que lo hacía sentir en paz, aunque esa paz era frágil, siempre amenazada por las sombras de su pasado. Pero esa mañana era diferente. Después de semanas de reflexión y largas noches de insomnio, Nicolás supo que era hora de moverse. No podía seguir atrapado en un lugar donde la bondad de los demás le recordaba constantemente que no pertenecía allí.Se levantó lentamente, sus músculos aún algo débiles, pero lo suficientemente fuertes para enfrentarse al día. Miró alrededor de la cabaña que había sido su refugio, un lugar que ahora sentía tan distante, casi como una jaula. Sabía que debía agradecer a Helena y su familia por todo lo que habían hecho por él, pero quedarse allí no era lo que realmente deseaba.Con esa convicción en mente, comenzó a empacar las pocas pertenencias que tenía. Gu
El aire en la pequeña aldea de las montañas estaba cargado de una energía especial ese día. Las flores adornaban las calles, y una gran carpa blanca se erigía en el centro de la plaza, donde los lugareños se habían reunido para celebrar lo que sería recordado como el evento más grande que el pueblo había visto en años: la boda de Nicolás y Helena.Después de meses de compartir sus días y noches juntos, de construir un vínculo que fue creciendo poco a poco, Nicolás finalmente había dado el paso. No era fácil para él, ya que su vida había estado llena de incertidumbre, pero con Helena había encontrado algo que no creía merecer: paz y amor verdadero.El día comenzó con el sonido de las campanas resonando en las montañas. Helena estaba radiante, con un vestido sencillo pero elegante que destacaba su belleza natural. Nicolás, por su parte, lucía un traje que los aldeanos habían cosido a mano para él, un gesto que mostraba cuánto lo apreciaban desde que había llegado a ese lugar.—No puedo
La cabaña estaba envuelta en un silencio apacible, roto únicamente por el crepitar suave del fuego en la chimenea. Nicolás y Helena habían vuelto del festejo, el cual había dejado una energía cálida en el aire. El pueblo había celebrado su unión con un entusiasmo que solo una pequeña comunidad podía ofrecer, y ahora, en la privacidad de su hogar, todo parecía detenerse.Helena, nerviosa y expectante, permanecía junto a la ventana, su mirada perdida en las sombras que danzaban por el paisaje. A pesar de los meses que habían pasado juntos, de las miradas compartidas y los silencios cómplices, esa noche se sentía diferente. Sabía que ambos habían recorrido caminos difíciles para llegar a este momento, y aunque no había sido una historia típica, ahora estaban allí, juntos.Nicolás, por su parte, se encontraba frente al fuego, sus pensamientos dispersos. Su vida en las montañas había sido una huida constante, una búsqueda de paz que, hasta cierto punto, había encontrado con Helena. Sin emb
El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas que rodeaban la mansión de los Alarcón, bañando el horizonte en un cálido tono anaranjado. Aitana, sentada en su despacho, revisaba informes y documentos relacionados con las últimas alianzas del grupo. Su vida, desde que había tomado las riendas de la empresa, había sido una constante batalla por mantenerse en la cima, y, al mismo tiempo, sobrevivir a las intrigas que parecían tejerse a su alrededor.De repente, un golpe suave en la puerta interrumpió su concentración.—Adelante —respondió sin levantar la mirada.La puerta se abrió lentamente, y una figura alta y elegante cruzó el umbral con la seguridad de quien conoce perfectamente el terreno que pisa. Aitana levantó la vista y su corazón dio un vuelco.—Adrián... —murmuró sorprendida. No lo había visto en meses.Adrián esbozó una sonrisa ladeada y caminó hacia ella con una tranquilidad desarmante.—Aitana. Sabía que te encontraría aquí —dijo, sentándose sin esperar invitación.Aitana l
Aitana permanecía en su despacho, sentada en su amplio sillón de cuero, con la mente aún atrapada en la conversación que había tenido con Adrián. Su presencia siempre dejaba una sensación de pesadez en el aire, una tensión que no se disipaba fácilmente. Adrián había dejado claro que las Sombras ya no tolerarían más resistencia de su parte. El grupo Estrada, una familia poderosa en telecomunicaciones, debía ser eliminado. Era una orden directa, sin margen de negociación.Aitana apretaba los puños sobre el escritorio. Por más que lo intentaba, no encontraba una salida clara. Cada vez que pensaba que había un camino hacia la libertad, las Sombras lo cerraban rápidamente. Adrián la tenía rodeada por todos lados, y aunque odiaba cada una de sus decisiones, sabía que él siempre iba un paso adelante.El sonido de unos suaves golpes en la puerta la sacó de sus pensamientos.—Adelante —dijo, con una voz más firme de lo que se sentía.La puerta se abrió lentamente y Luis entró con su acostumbra
La noche había caído sobre la mansión Alarcón, envolviéndola en una inquietante quietud. Aitana se había encerrado en su despacho desde que la muerte de Luis sacudiera su mundo. Su mente corría como un tren descontrolado, incapaz de detenerse o de encontrar una salida. Las Sombras. El grupo Estrada. Adrián. Su hijo. Todo se entrelazaba en un caótico nudo de decisiones imposibles, y cada una de ellas parecía llevarla hacia un abismo más profundo.Luis había sido una pieza clave, pero también un traidor. Sin embargo, ahora estaba muerto, y su muerte dejaba un hueco en la red de poder y secretos que rodeaba a Aitana. ¿Quién lo había matado? ¿Las Sombras? ¿Alguien más? Ninguna respuesta era suficiente.De pie frente al ventanal, Aitana observaba la inmensidad del jardín, apenas iluminado por la luna llena. El viento movía suavemente las copas de los árboles, pero ni siquiera la naturaleza podía calmar la tormenta que sentía en su interior. Las preguntas la asfixiaban, el miedo la consumía
El aire en la montaña era fresco, cargado con el aroma de los pinos y el eco de las aves que revoloteaban en el cielo gris. Nicolás, sentado en el porche de la pequeña cabaña que ahora llamaba hogar, contemplaba el horizonte con el ceño fruncido. Aunque la vida en ese lugar le había otorgado una especie de paz, una sombra oscura continuaba acechándolo. Su exilio no era solo una condena, sino una constante advertencia de que su libertad era condicional, frágil.El crujido de la puerta de la cabaña interrumpió sus pensamientos. Era Helena, llevando un canasto lleno de hierbas que había recogido en el bosque cercano. Le sonrió, y Nicolás intentó devolverle la sonrisa, aunque su mente estaba lejos. Helena siempre había sido una presencia cálida, pero ahora, la sombra de la Sombra parecía envolverlo todo, incluso su relación con ella.Antes de que pudiera responder a su saludo, el sonido de pasos pesados en la grava del camino captó su atención. Levantó la vista para ver al padre de Helena
El viento en las montañas siempre había sido frío, pero esa tarde tenía algo distinto. Nicolás lo sentía en los huesos, una sensación de urgencia, como si cada minuto que pasara lo acercara al abismo. Después de la visita de Don Felipe, su suegro, sabía que el peligro estaba más cerca de lo que jamás imaginó. El hombre había admitido estar vinculado con la Sombra, la organización que había estado detrás de casi todas las tragedias de su vida. Nicolás había escapado una vez, pero ahora entendía que no podría hacerlo dos veces sin pagar un alto precio.Entró rápidamente en la cabaña, su rostro serio, casi sombrío. Helena estaba en la pequeña cocina, preparando té, y lo miró al escuchar la puerta cerrarse de golpe.—¿Nicolás? —preguntó con suavidad, sorprendida por la expresión en su rostro—. ¿Qué ocurre?Nicolás se quedó quieto por un momento, observándola. Había algo en su mirada que la inquietó profundamente. Era como si una sombra se hubiera posado sobre él, más pesada que nunca. Sab