La cabaña estaba envuelta en un silencio apacible, roto únicamente por el crepitar suave del fuego en la chimenea. Nicolás y Helena habían vuelto del festejo, el cual había dejado una energía cálida en el aire. El pueblo había celebrado su unión con un entusiasmo que solo una pequeña comunidad podía ofrecer, y ahora, en la privacidad de su hogar, todo parecía detenerse.Helena, nerviosa y expectante, permanecía junto a la ventana, su mirada perdida en las sombras que danzaban por el paisaje. A pesar de los meses que habían pasado juntos, de las miradas compartidas y los silencios cómplices, esa noche se sentía diferente. Sabía que ambos habían recorrido caminos difíciles para llegar a este momento, y aunque no había sido una historia típica, ahora estaban allí, juntos.Nicolás, por su parte, se encontraba frente al fuego, sus pensamientos dispersos. Su vida en las montañas había sido una huida constante, una búsqueda de paz que, hasta cierto punto, había encontrado con Helena. Sin emb
El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas que rodeaban la mansión de los Alarcón, bañando el horizonte en un cálido tono anaranjado. Aitana, sentada en su despacho, revisaba informes y documentos relacionados con las últimas alianzas del grupo. Su vida, desde que había tomado las riendas de la empresa, había sido una constante batalla por mantenerse en la cima, y, al mismo tiempo, sobrevivir a las intrigas que parecían tejerse a su alrededor.De repente, un golpe suave en la puerta interrumpió su concentración.—Adelante —respondió sin levantar la mirada.La puerta se abrió lentamente, y una figura alta y elegante cruzó el umbral con la seguridad de quien conoce perfectamente el terreno que pisa. Aitana levantó la vista y su corazón dio un vuelco.—Adrián... —murmuró sorprendida. No lo había visto en meses.Adrián esbozó una sonrisa ladeada y caminó hacia ella con una tranquilidad desarmante.—Aitana. Sabía que te encontraría aquí —dijo, sentándose sin esperar invitación.Aitana l
Aitana permanecía en su despacho, sentada en su amplio sillón de cuero, con la mente aún atrapada en la conversación que había tenido con Adrián. Su presencia siempre dejaba una sensación de pesadez en el aire, una tensión que no se disipaba fácilmente. Adrián había dejado claro que las Sombras ya no tolerarían más resistencia de su parte. El grupo Estrada, una familia poderosa en telecomunicaciones, debía ser eliminado. Era una orden directa, sin margen de negociación.Aitana apretaba los puños sobre el escritorio. Por más que lo intentaba, no encontraba una salida clara. Cada vez que pensaba que había un camino hacia la libertad, las Sombras lo cerraban rápidamente. Adrián la tenía rodeada por todos lados, y aunque odiaba cada una de sus decisiones, sabía que él siempre iba un paso adelante.El sonido de unos suaves golpes en la puerta la sacó de sus pensamientos.—Adelante —dijo, con una voz más firme de lo que se sentía.La puerta se abrió lentamente y Luis entró con su acostumbra
La noche había caído sobre la mansión Alarcón, envolviéndola en una inquietante quietud. Aitana se había encerrado en su despacho desde que la muerte de Luis sacudiera su mundo. Su mente corría como un tren descontrolado, incapaz de detenerse o de encontrar una salida. Las Sombras. El grupo Estrada. Adrián. Su hijo. Todo se entrelazaba en un caótico nudo de decisiones imposibles, y cada una de ellas parecía llevarla hacia un abismo más profundo.Luis había sido una pieza clave, pero también un traidor. Sin embargo, ahora estaba muerto, y su muerte dejaba un hueco en la red de poder y secretos que rodeaba a Aitana. ¿Quién lo había matado? ¿Las Sombras? ¿Alguien más? Ninguna respuesta era suficiente.De pie frente al ventanal, Aitana observaba la inmensidad del jardín, apenas iluminado por la luna llena. El viento movía suavemente las copas de los árboles, pero ni siquiera la naturaleza podía calmar la tormenta que sentía en su interior. Las preguntas la asfixiaban, el miedo la consumía
El aire en la montaña era fresco, cargado con el aroma de los pinos y el eco de las aves que revoloteaban en el cielo gris. Nicolás, sentado en el porche de la pequeña cabaña que ahora llamaba hogar, contemplaba el horizonte con el ceño fruncido. Aunque la vida en ese lugar le había otorgado una especie de paz, una sombra oscura continuaba acechándolo. Su exilio no era solo una condena, sino una constante advertencia de que su libertad era condicional, frágil.El crujido de la puerta de la cabaña interrumpió sus pensamientos. Era Helena, llevando un canasto lleno de hierbas que había recogido en el bosque cercano. Le sonrió, y Nicolás intentó devolverle la sonrisa, aunque su mente estaba lejos. Helena siempre había sido una presencia cálida, pero ahora, la sombra de la Sombra parecía envolverlo todo, incluso su relación con ella.Antes de que pudiera responder a su saludo, el sonido de pasos pesados en la grava del camino captó su atención. Levantó la vista para ver al padre de Helena
El viento en las montañas siempre había sido frío, pero esa tarde tenía algo distinto. Nicolás lo sentía en los huesos, una sensación de urgencia, como si cada minuto que pasara lo acercara al abismo. Después de la visita de Don Felipe, su suegro, sabía que el peligro estaba más cerca de lo que jamás imaginó. El hombre había admitido estar vinculado con la Sombra, la organización que había estado detrás de casi todas las tragedias de su vida. Nicolás había escapado una vez, pero ahora entendía que no podría hacerlo dos veces sin pagar un alto precio.Entró rápidamente en la cabaña, su rostro serio, casi sombrío. Helena estaba en la pequeña cocina, preparando té, y lo miró al escuchar la puerta cerrarse de golpe.—¿Nicolás? —preguntó con suavidad, sorprendida por la expresión en su rostro—. ¿Qué ocurre?Nicolás se quedó quieto por un momento, observándola. Había algo en su mirada que la inquietó profundamente. Era como si una sombra se hubiera posado sobre él, más pesada que nunca. Sab
El vehículo avanzaba a toda velocidad por el estrecho camino de tierra, sus neumáticos levantando polvo mientras las sombras de los árboles se deslizaban sobre ellos. El rugido del motor y el sonido del viento eran lo único que rompía el silencio, pero en el interior, la tensión era palpable. Nicolás mantenía la vista fija en el horizonte, mientras sus pensamientos iban a mil por hora. Helena estaba sentada a su lado, observando cómo la expresión de su marido cambiaba de preocupación a determinación.Después de varios kilómetros de haber salido del claro, Helena se giró hacia él, mordiéndose el labio inferior antes de finalmente hablar.—¿Vas a decirme lo que está pasando? —preguntó, su voz tensa, llena de preguntas que se acumulaban en su mente desde que habían dejado la cabaña.Nicolás no respondió inmediatamente. Mantenía las manos firmes en el volante, los ojos clavados en la carretera, pero algo en su semblante había cambiado. Un brillo oscuro cruzaba su mirada, y Helena lo notó.
La noche había caído finalmente, envolviendo el paisaje montañoso en una oscuridad profunda. El sonido del motor del coche era constante, pero el silencio entre Nicolás y Helena pesaba como una losa. El resplandor de las estrellas y la luna apenas iluminaba el camino sinuoso por el que avanzaban. Habían dejado el humo del pueblo atrás, pero la inquietud no se había disipado.Helena, sentada junto a Nicolás, mantenía la mirada fija en la ventana, observando el bosque pasar como un reflejo borroso de los pensamientos que se arremolinaban en su mente. Su vida había cambiado de manera radical en cuestión de horas, y ahora, sentía un vacío inmenso en su interior. Ya no quedaba nada del pueblo que conocía, y su hogar estaba reducido a cenizas.Finalmente, incapaz de soportar más el silencio, Helena se giró hacia Nicolás.—¿Qué va a pasar ahora? —su voz sonó rota, casi un susurro, como si pronunciarlas hiciera más real el hecho de que su mundo se había derrumbado.Nicolás apretó el volante,