Aitana permanecía en su despacho, sentada en su amplio sillón de cuero, con la mente aún atrapada en la conversación que había tenido con Adrián. Su presencia siempre dejaba una sensación de pesadez en el aire, una tensión que no se disipaba fácilmente. Adrián había dejado claro que las Sombras ya no tolerarían más resistencia de su parte. El grupo Estrada, una familia poderosa en telecomunicaciones, debía ser eliminado. Era una orden directa, sin margen de negociación.Aitana apretaba los puños sobre el escritorio. Por más que lo intentaba, no encontraba una salida clara. Cada vez que pensaba que había un camino hacia la libertad, las Sombras lo cerraban rápidamente. Adrián la tenía rodeada por todos lados, y aunque odiaba cada una de sus decisiones, sabía que él siempre iba un paso adelante.El sonido de unos suaves golpes en la puerta la sacó de sus pensamientos.—Adelante —dijo, con una voz más firme de lo que se sentía.La puerta se abrió lentamente y Luis entró con su acostumbra
La noche había caído sobre la mansión Alarcón, envolviéndola en una inquietante quietud. Aitana se había encerrado en su despacho desde que la muerte de Luis sacudiera su mundo. Su mente corría como un tren descontrolado, incapaz de detenerse o de encontrar una salida. Las Sombras. El grupo Estrada. Adrián. Su hijo. Todo se entrelazaba en un caótico nudo de decisiones imposibles, y cada una de ellas parecía llevarla hacia un abismo más profundo.Luis había sido una pieza clave, pero también un traidor. Sin embargo, ahora estaba muerto, y su muerte dejaba un hueco en la red de poder y secretos que rodeaba a Aitana. ¿Quién lo había matado? ¿Las Sombras? ¿Alguien más? Ninguna respuesta era suficiente.De pie frente al ventanal, Aitana observaba la inmensidad del jardín, apenas iluminado por la luna llena. El viento movía suavemente las copas de los árboles, pero ni siquiera la naturaleza podía calmar la tormenta que sentía en su interior. Las preguntas la asfixiaban, el miedo la consumía
El aire en la montaña era fresco, cargado con el aroma de los pinos y el eco de las aves que revoloteaban en el cielo gris. Nicolás, sentado en el porche de la pequeña cabaña que ahora llamaba hogar, contemplaba el horizonte con el ceño fruncido. Aunque la vida en ese lugar le había otorgado una especie de paz, una sombra oscura continuaba acechándolo. Su exilio no era solo una condena, sino una constante advertencia de que su libertad era condicional, frágil.El crujido de la puerta de la cabaña interrumpió sus pensamientos. Era Helena, llevando un canasto lleno de hierbas que había recogido en el bosque cercano. Le sonrió, y Nicolás intentó devolverle la sonrisa, aunque su mente estaba lejos. Helena siempre había sido una presencia cálida, pero ahora, la sombra de la Sombra parecía envolverlo todo, incluso su relación con ella.Antes de que pudiera responder a su saludo, el sonido de pasos pesados en la grava del camino captó su atención. Levantó la vista para ver al padre de Helena
El viento en las montañas siempre había sido frío, pero esa tarde tenía algo distinto. Nicolás lo sentía en los huesos, una sensación de urgencia, como si cada minuto que pasara lo acercara al abismo. Después de la visita de Don Felipe, su suegro, sabía que el peligro estaba más cerca de lo que jamás imaginó. El hombre había admitido estar vinculado con la Sombra, la organización que había estado detrás de casi todas las tragedias de su vida. Nicolás había escapado una vez, pero ahora entendía que no podría hacerlo dos veces sin pagar un alto precio.Entró rápidamente en la cabaña, su rostro serio, casi sombrío. Helena estaba en la pequeña cocina, preparando té, y lo miró al escuchar la puerta cerrarse de golpe.—¿Nicolás? —preguntó con suavidad, sorprendida por la expresión en su rostro—. ¿Qué ocurre?Nicolás se quedó quieto por un momento, observándola. Había algo en su mirada que la inquietó profundamente. Era como si una sombra se hubiera posado sobre él, más pesada que nunca. Sab
El vehículo avanzaba a toda velocidad por el estrecho camino de tierra, sus neumáticos levantando polvo mientras las sombras de los árboles se deslizaban sobre ellos. El rugido del motor y el sonido del viento eran lo único que rompía el silencio, pero en el interior, la tensión era palpable. Nicolás mantenía la vista fija en el horizonte, mientras sus pensamientos iban a mil por hora. Helena estaba sentada a su lado, observando cómo la expresión de su marido cambiaba de preocupación a determinación.Después de varios kilómetros de haber salido del claro, Helena se giró hacia él, mordiéndose el labio inferior antes de finalmente hablar.—¿Vas a decirme lo que está pasando? —preguntó, su voz tensa, llena de preguntas que se acumulaban en su mente desde que habían dejado la cabaña.Nicolás no respondió inmediatamente. Mantenía las manos firmes en el volante, los ojos clavados en la carretera, pero algo en su semblante había cambiado. Un brillo oscuro cruzaba su mirada, y Helena lo notó.
La noche había caído finalmente, envolviendo el paisaje montañoso en una oscuridad profunda. El sonido del motor del coche era constante, pero el silencio entre Nicolás y Helena pesaba como una losa. El resplandor de las estrellas y la luna apenas iluminaba el camino sinuoso por el que avanzaban. Habían dejado el humo del pueblo atrás, pero la inquietud no se había disipado.Helena, sentada junto a Nicolás, mantenía la mirada fija en la ventana, observando el bosque pasar como un reflejo borroso de los pensamientos que se arremolinaban en su mente. Su vida había cambiado de manera radical en cuestión de horas, y ahora, sentía un vacío inmenso en su interior. Ya no quedaba nada del pueblo que conocía, y su hogar estaba reducido a cenizas.Finalmente, incapaz de soportar más el silencio, Helena se giró hacia Nicolás.—¿Qué va a pasar ahora? —su voz sonó rota, casi un susurro, como si pronunciarlas hiciera más real el hecho de que su mundo se había derrumbado.Nicolás apretó el volante,
La carretera se extendía frente a ellos, como un sendero interminable hacia lo desconocido. A pesar de haber recorrido kilómetros alejándose de la devastación del pueblo, Nicolás no podía sacarse de la cabeza un solo pensamiento: debía regresar a la ciudad. Sabía que la Sombra no descansaría hasta terminar lo que había empezado, y la única manera de detenerlos era enfrentarlos en su propio terreno.Helena, sentada a su lado, observaba su perfil mientras conducía. La tensión en los hombros de Nicolás era palpable, como si el peso de todo lo que había ocurrido lo aplastara. Sabía que él estaba sumido en sus pensamientos, y temía lo que su decisión implicaría. No podían volver atrás, pero avanzar significaba exponerse a un peligro que ni siquiera comprendían del todo.—Nicolás… —rompió el silencio, su voz suave pero preocupada—. Sé lo que estás pensando.Él no respondió de inmediato, manteniendo la mirada fija en el horizonte, pero finalmente asintió.—No tenemos muchas opciones, Helena
La luz tenue de la mañana apenas comenzaba a filtrarse a través de las cortinas deshilachadas del motel cuando Nicolás se levantó de la cama. Había dormido poco, con la mente todavía atrapada en el laberinto de planes y estrategias que podrían salvar sus vidas. Helena seguía dormida, respirando tranquilamente. Era uno de esos momentos en los que Nicolás sentía que debía protegerla a toda costa. La había arrastrado a su mundo caótico, y ahora ella lo pagaba con su libertad.Se acercó a la ventana y corrió ligeramente la cortina para observar la carretera. Todo estaba tranquilo, o al menos lo parecía. Pero la sensación de que estaban siendo vigilados, seguidos, no se disipaba.—¿No has dormido? —Helena murmuró, con los ojos aún entrecerrados.Nicolás se giró, esbozando una sonrisa cansada.—Un poco, pero no lo suficiente. Tenemos que salir pronto, no podemos quedarnos aquí por mucho tiempo.Helena asintió lentamente, incorporándose en la cama. La fatiga en su rostro era evidente, pero t