El salón de juntas del Grupo Alarcón estaba lleno de las personas más influyentes del país. Ejecutivos, empresarios y políticos aguardaban en silencio mientras el reloj avanzaba lentamente hacia el inicio de la reunión. El nombre de Aitana Alarcón había resonado en cada rincón de la nación durante los últimos meses. Su presencia, su influencia y su inquebrantable liderazgo habían transformado la percepción de la familia y el grupo que llevaba su apellido.Aitana entró en la sala con la cabeza alta, su mirada fija y segura. Llevaba un traje negro perfectamente ajustado que destacaba su figura esbelta, pero lo que más impactaba era su porte. Cada movimiento, cada palabra que decía, emanaba poder. No era solo la heredera del imperio Alarcón, era la mujer que lo había elevado a un nivel de poder nunca antes visto.Luis caminaba un par de pasos detrás de ella, siempre vigilante. Había sido su sombra fiel en los últimos meses, ayudándola a fortalecer alianzas y asegurar que ningún obstáculo
Los días eran largos en las montañas. El aire frío mordía su piel, y la soledad se había convertido en su única compañera. Nicolás Valverde, el hombre que una vez había sido el más poderoso de la ciudad, estaba ahora confinado a una cabaña de madera, en una tierra lejana donde las sombras se alargaban al atardecer y los días pasaban en silencio.Habían pasado ya varios meses desde que Adrián lo había desterrado, sentenciándolo a vivir en ese exilio eterno. La cabaña en la que vivía no era más que un refugio rústico, con una chimenea que apenas lograba mantener el lugar cálido y una pequeña ventana que daba hacia las montañas nevadas. Las semanas habían pasado en un vaivén de días interminables, donde el eco del viento era lo único que rompía la tranquilidad. Las personas del pequeño pueblo cercano lo conocían, pero mantenían la distancia. Nicolás nunca compartía más de lo necesario, y sus ojos siempre estaban llenos de una oscuridad que no lograban comprender.Una mañana, mientras Nic
El viento helado rugía a través de las montañas, aullando como un lobo hambriento. Nicolás, cubierto con una manta vieja y raída, se encontraba tumbado en el suelo de su cabaña. Cada respiración era una lucha, cada inhalación quemaba sus pulmones como si estuviera tragando fuego. Su cuerpo temblaba incontrolablemente, y el sudor empapaba su frente. No sabía cuánto tiempo había estado así, días quizás, o tal vez semanas. El tiempo había perdido su significado en este lugar olvidado por el mundo.De pronto, la puerta de la cabaña se abrió de golpe. La figura de Helena se recortaba contra la luz del exterior, su silueta marcada por la nieve que caía a su alrededor. Había llegado con la intención de dejarle algo de comida, como solía hacerlo de vez en cuando. Sin embargo, al verlo postrado en el suelo, su rostro perdió el color.—¡Dios mío, estás ardiendo en fiebre! —exclamó mientras se arrodillaba a su lado, sintiendo el calor abrasador que emanaba de su cuerpo.Nicolás apenas pudo abrir
El sol apenas se asomaba entre las montañas, tiñendo el cielo de un suave tono anaranjado. Nicolás se despertó temprano, como cada mañana desde su recuperación. Había algo en el silencio de la montaña que lo hacía sentir en paz, aunque esa paz era frágil, siempre amenazada por las sombras de su pasado. Pero esa mañana era diferente. Después de semanas de reflexión y largas noches de insomnio, Nicolás supo que era hora de moverse. No podía seguir atrapado en un lugar donde la bondad de los demás le recordaba constantemente que no pertenecía allí.Se levantó lentamente, sus músculos aún algo débiles, pero lo suficientemente fuertes para enfrentarse al día. Miró alrededor de la cabaña que había sido su refugio, un lugar que ahora sentía tan distante, casi como una jaula. Sabía que debía agradecer a Helena y su familia por todo lo que habían hecho por él, pero quedarse allí no era lo que realmente deseaba.Con esa convicción en mente, comenzó a empacar las pocas pertenencias que tenía. Gu
El aire en la pequeña aldea de las montañas estaba cargado de una energía especial ese día. Las flores adornaban las calles, y una gran carpa blanca se erigía en el centro de la plaza, donde los lugareños se habían reunido para celebrar lo que sería recordado como el evento más grande que el pueblo había visto en años: la boda de Nicolás y Helena.Después de meses de compartir sus días y noches juntos, de construir un vínculo que fue creciendo poco a poco, Nicolás finalmente había dado el paso. No era fácil para él, ya que su vida había estado llena de incertidumbre, pero con Helena había encontrado algo que no creía merecer: paz y amor verdadero.El día comenzó con el sonido de las campanas resonando en las montañas. Helena estaba radiante, con un vestido sencillo pero elegante que destacaba su belleza natural. Nicolás, por su parte, lucía un traje que los aldeanos habían cosido a mano para él, un gesto que mostraba cuánto lo apreciaban desde que había llegado a ese lugar.—No puedo
La cabaña estaba envuelta en un silencio apacible, roto únicamente por el crepitar suave del fuego en la chimenea. Nicolás y Helena habían vuelto del festejo, el cual había dejado una energía cálida en el aire. El pueblo había celebrado su unión con un entusiasmo que solo una pequeña comunidad podía ofrecer, y ahora, en la privacidad de su hogar, todo parecía detenerse.Helena, nerviosa y expectante, permanecía junto a la ventana, su mirada perdida en las sombras que danzaban por el paisaje. A pesar de los meses que habían pasado juntos, de las miradas compartidas y los silencios cómplices, esa noche se sentía diferente. Sabía que ambos habían recorrido caminos difíciles para llegar a este momento, y aunque no había sido una historia típica, ahora estaban allí, juntos.Nicolás, por su parte, se encontraba frente al fuego, sus pensamientos dispersos. Su vida en las montañas había sido una huida constante, una búsqueda de paz que, hasta cierto punto, había encontrado con Helena. Sin emb
El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas que rodeaban la mansión de los Alarcón, bañando el horizonte en un cálido tono anaranjado. Aitana, sentada en su despacho, revisaba informes y documentos relacionados con las últimas alianzas del grupo. Su vida, desde que había tomado las riendas de la empresa, había sido una constante batalla por mantenerse en la cima, y, al mismo tiempo, sobrevivir a las intrigas que parecían tejerse a su alrededor.De repente, un golpe suave en la puerta interrumpió su concentración.—Adelante —respondió sin levantar la mirada.La puerta se abrió lentamente, y una figura alta y elegante cruzó el umbral con la seguridad de quien conoce perfectamente el terreno que pisa. Aitana levantó la vista y su corazón dio un vuelco.—Adrián... —murmuró sorprendida. No lo había visto en meses.Adrián esbozó una sonrisa ladeada y caminó hacia ella con una tranquilidad desarmante.—Aitana. Sabía que te encontraría aquí —dijo, sentándose sin esperar invitación.Aitana l
Aitana permanecía en su despacho, sentada en su amplio sillón de cuero, con la mente aún atrapada en la conversación que había tenido con Adrián. Su presencia siempre dejaba una sensación de pesadez en el aire, una tensión que no se disipaba fácilmente. Adrián había dejado claro que las Sombras ya no tolerarían más resistencia de su parte. El grupo Estrada, una familia poderosa en telecomunicaciones, debía ser eliminado. Era una orden directa, sin margen de negociación.Aitana apretaba los puños sobre el escritorio. Por más que lo intentaba, no encontraba una salida clara. Cada vez que pensaba que había un camino hacia la libertad, las Sombras lo cerraban rápidamente. Adrián la tenía rodeada por todos lados, y aunque odiaba cada una de sus decisiones, sabía que él siempre iba un paso adelante.El sonido de unos suaves golpes en la puerta la sacó de sus pensamientos.—Adelante —dijo, con una voz más firme de lo que se sentía.La puerta se abrió lentamente y Luis entró con su acostumbra