129 El gran día había llegado. El sol brillaba en lo alto, bendiciendo la ceremonia con su cálida luz, mientras una brisa suave agitaba los pétalos blancos que decoraban el pasillo nupcial. Todo estaba dispuesto con un gusto exquisito, sin excesos, pero con ese aire elegante y especial que reflejaba la esencia de la pareja. Gabriel estaba de pie en el altar, vestido con un impecable traje negro, su porte majestuoso, pero sus ojos delataban la emoción que lo embargaba. A su lado, Bishop, su padrino, ajustaba su corbata con fingida indiferencia, aunque la sombra de una sonrisa se dibujaba en su rostro. Las primeras notas de la música comenzaron a sonar y las pequeñas pajecitas hicieron su entrada. Las gemelas caminaban con pasos cuidadosos, sosteniendo pequeñas cestas con pétalos de rosa que esparcían con alegría. Justo detrás de ellas, Samuel avanzaba con solemnidad, sosteniendo la pequeña caja con los anillos como si fuera el mayor tesoro del mundo. Y entonces, la vio.
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