Había pasado una semana desde que decidí marcharme, una semana en la que Enzo no dejó de insistir. Mensajes, llamadas, intentos fallidos de verme. Todo lo ignoré. O al menos traté. Porque cada vez que el celular vibraba y su nombre aparecía en la pantalla, mi corazón latía más rápido, mi garganta se cerraba y la determinación que había construido con tanto esfuerzo flaqueaba por un segundo. Un solo segundo. Luego, volvía a la realidad. Recordaba las mentiras, la decepción y el dolor que había sentido, y me obligaba a no ceder.Pero ignorarlo no significaba que Enzo desapareciera. Siempre encontraba la forma de hacerme saber que estaba ahí, esperando. De alguna manera, sabía dónde estaba y no dudaba en aparecer en la distancia, sin hablarme, solo mirándome desde lejos, como si su sola presencia pudiera hacerme cambiar de opinión. No lo hacía, pero tampoco me dejaba en paz.Sin embargo, hoy no tenía escapatoria. La tercera revisión de mi embarazo estaba programada y, por derecho, Enzo d
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