Ya estaba casi segura de que la abuela Bernard tenía Alzheimer, y que todo lo que pasó antes fue un malentendido.En ese momento, la madrastra de Mateo quiso aprovechar la situación para dejarme peor.Suspiró y se acercó a Mateo, diciendo con tono dramático:—Ay, aunque no me llevo bien contigo, siempre respeté a la abuela, y lo sabes. Yo ya le había dicho que está enferma, le pedí que no le faltara el respeto. Pero no me hizo caso, y hasta fue capaz de romperle el brazalete. ¡Seguro lo hizo a propósito!—¡No es así, se los juro! —le dije, mirando a Mateo a los ojos, con la voz quebrada—. Yo no sabía que ella estaba enferma, ¡te prometo que no lo sabía!Al ver a la abuela aún agarrando el brazalete roto, sentí el corazón arrugado.Si lo hubiera sabido, aunque me hubieran humillado, no lo habría roto.—¡Mamá, mamá! ¿Qué te pasa, mamá...?—¡Abuela, abuela...le pasa algo!De pronto, empezaron los gritos desesperados.La abuela se había desmayado.Miguel no tardó en decir:—¡Corran, lléven
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