Todo comenzó el día de San Valentín. Una cabina de la rueda de la fortuna me golpeó la cabeza, llevándose dos vidas en el proceso. Mientras tanto, mi esposo Carlos estaba en esa misma cabina, besando y abrazando a Yolanda.—Carlos, si me hubiera quedado quieta, ¿crees que ella...? —susurró Yolanda.Desde arriba, vi a Yolanda aferrada a Carlos, fingiendo remordimiento. Me acerqué a su oído gritando que fue ella, que sus movimientos provocaron que la cabina se cayera, que por su culpa estaba muerta. Pero era inútil, no podía escucharme.—No te culpes, Yolanda. Era su destino. Si no hubiéramos estado nosotros ahí, habría sido otra persona y ella habría muerto igual.Carlos la abrazaba con fuerza, como si temiera que mi espíritu se levantara y la asustara.—Tengo miedo, Carlos.—No mires. Vámonos de aquí.La levantó en brazos, ocultando su rostro en su pecho. Pero Yolanda no resistió la tentación de mirar mi cuerpo decapitado, y pude ver una leve sonrisa en sus labios.Carlos trabaja como
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