Capítulo 2
Yolanda estaba asustada por el accidente, entonces Carlos la llevó a su casa. Luego, volvió a la nuestra.

—¡Milena, sírveme un vaso de agua! —gritó al entrar.

Era su costumbre de siempre: necesitaba un vaso de agua tibia al llegar. Decía que la funeraria era tan fría que solo así podía sentir el calor del hogar. Pero esta vez solo el silencio le respondió.

Esa mañana habíamos discutido por Yolanda.

—Mi amor, Yolanda está con fiebre, sola en el hospital. Como su supervisor, tengo que ir a verla —me había dicho mientras se cambiaba los zapatos en la entrada.

Tuve el presentimiento que si se iba, al regresar, nada volvería a ser igual.

—El hospital tiene doctores y enfermeras, ¿qué vas a hacer tú ahí? Además, ¿me vas a dejar sola en San Valentín?

Carlos se detuvo y me miró incrédulo.

—¿Alguien está enferma y tú solo piensas en celebrar? Eres muy insensible. A Yolanda le caes bien, ¡se decepcionaría si te oyera!

Quise decirle: "¿Te das cuenta de que es una extraña? ¿Por qué te llama justo hoy, en San Valentín? ¿Por qué tiene que arruinar nuestra celebración?"

Incluso pensé en ceder: "Podría ir contigo a cuidarla." Pero el portazo de Carlos ahogó mis palabras.

“Ven a la Rueda de la Fortuna”, decía el mensaje de Whatsapp que recibí justo después de que me hice la prueba de embarazo, y fui tan ingenua que pensé que la pelea era parte de una sorpresa romántica que quería darme en la rueda de la fortuna por San Valentín.

¡Vaya sorpresa me esperaba!

Al verlos entrar en la cabina seis, la misma donde Carlos y yo nos juramos amor eterno, me pregunté: ¿Cómo es que dos personas, supuestamente en el hospital, habían llegado ahí?

Como una ladrona, me subí a la cabina ocho para espiarlos. Los vi besarse en el punto más alto. ¿Se estarían jurando amor eterno, como lo hicimos nosotros?

—Milena, estaremos juntos para siempre —me había dicho él —. Nunca te traicionaré y si lo hago, que me condene a vivir solo y sin amor por toda la eternidad.

Los recuerdos se agolpaban en mi mente mientras la rueda giraba, provocándome náuseas y tuve que bajarme. Entre mareada y confundida, solo escuche unos crujidos y luego todo se volvió negro.

Cuando desperté, vi mi cuerpo sin cabeza, aplastado por la cabina que se había desprendido.
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