Carttal la abrazó por un largo momento, con fuerza, como si intentara contener el temblor que recorría su cuerpo solo con el calor de su pecho. La habitación estaba sumida en penumbras, apenas iluminada por la tenue luz del pasillo. Desde la planta baja, las voces y risas de los niños llegaban como un eco distante, casi ajeno.Aslin tenía el rostro hundido en el pecho de su esposo. Escuchaba los latidos de su corazón, firmes, constantes, tan distintos al suyo, que retumbaba desbocado. Carttal le acariciaba la espalda con suavidad, tratando de reconfortarla.—Fue solo una ilusión, Aslin —dijo en voz baja, casi como si temiera romperla—. Un recuerdo... nada más. Alexander está muerto. Arlettet le disparó. En el cementerio. Tú estabas allí. Lo viste.Aslin cerró los ojos con fuerza. Sí, ella había estado allí. Había visto a Arlettet disparar sin dudar, había sentido la sangre de Alexander salpicarle las manos mientras él caía al suelo. Recordaba el peso de su cuerpo inerte, la mirada per
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