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Todos los capítulos de La Flor del Magnate: Capítulo 61 - Capítulo 70
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60. En los cuartos
La declaración de Ha-na era como un grito de su propia frustración y soledad, el eco de todas las veces en que él se había cerrado en su dureza y orgullo, sin permitirle ver si detrás de esa barrera existía algún rastro de vulnerabilidad o de afecto genuino. Al ver sus lágrimas, Heinz sintió que algo dentro de él se quebraba. Quería abrazarla, sostenerla y decirle que todo estaba bien, que él también sentía, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta, incapaz de expresar el torbellino de emociones que lo invadían.Ha-na se quedó mirándolo, perpleja por la dureza en sus palabras, y al mismo tiempo, una oleada de liberación se acumulaba en su pecho. Había tratado de mostrarle que Erik no era más que un amigo, alguien que, a diferencia de Heinz, nunca la había hecho sentirse atrapada ni obligada a cumplir un contrato extraño. Pero la expresión inflexible de Heinz, esa dureza y dolor reprimido en su mirada, dejaban en claro que sus palabras no lo alcanzarían. Al escucharlo ref
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61. Los enojados
En su habitación, Ha-na se había recostado en la cama, con su cuerpo aún tembloroso por los sollozos que se escapaban a pesar de sus esfuerzos por reprimirlos. Al oír los pasos de Heinz alejarse, una sensación de vacío la invadió. Esa última conversación había sido una de las más dolorosas de su vida, y el cansancio emocional la envolvía por completa. La tristeza y la frustración se mezclaban con una profunda decepción. No podía entender cómo alguien que, en muchos momentos, le había demostrado su apoyo, podía al mismo tiempo ser tan hiriente y despectivo.A medida que repasaba las palabras de Heinz, cada frase resonaba en su mente con un dolor punzante. ¿Era realmente tan fácil para él juzgarla, menospreciarla y creer que prefería a otro? Sus pensamientos la hacían sentir atrapada en una especie de jaula emocional. Si bien estaba acostumbrada a mantener la compostura y la calma, sentía que esta situación había superado sus límites. Para ella, la dignidad y la fortaleza eran esenciale
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62. El papel
Heinz optó por quedarse en su oficina durante el almuerzo, sin siquiera molestar en salir. Había ordenado que le trajeran un sándwich y café, pero el apetito era lo último en lo que pensaba. En su mente, cada intento de distraerse del conflicto se veía frustrado por el recuerdo constante de sus palabras. Cada documento, cada informe que revisaba, le parecía tan inútil y superficial comparado con la carga emocional que llevaba. La furia que había sentido la noche anterior aún burbujeaba bajo la superficie, pero ahora se mezclaba con una tristeza más profunda, un sentimiento de pérdida que no sabía cómo procesar.Durante la tarde, las interacciones entre ambos se limitarán a lo estrictamente profesional. Ha-na entraba a la oficina de Heinz cuando era necesario, dejando los documentos sobre su escritorio sin dirigirle una sola palabra ni levantar la vista. Su expresión era fría y profesional, pero cada vez que se daba la vuelta para salir, podía sentir su pulso acelerarse, como si esa at
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63. La hoja
Al llegar al penthouse, ambos tomaron caminos separados hacia sus habitaciones, sin cruzar una sola palabra. Ha-na se dirigió a su cuarto y cerró la puerta con cuidado, como si el simple acto de aislarse pudiera protegerla de sus propios pensamientos. Se sentó en la cama, soltando un suspiro profundo mientras sus dedos jugaban con la tela de su camisa. No podía evitar que los recuerdos de aquella noche regresaran una y otra vez, que las palabras de Heinz resonaran en su mente como una letanía interminable.Se recostó en la cama y miró al techo, sintiendo cómo el peso de aquella discusión seguía oprimiendo su pecho. Recordaba cómo él la había acusado de ser tonta por confiar en los hombres, cómo había insinuado que prefería a alguien más. Esa idea le producía una sensación de vacío en el estómago, un dolor profundo que no lograba entender completamente. Por más que intentaba convencerse de que no debería importarle lo que él pensara, la verdad era que sus palabras la habían herido de u
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64. El acorralamiento
Los ojos de Heinz se clavaron en los de Ha-na, llenos de una intensidad contenida. Ella sostenía su mirada sin parpadear, sin ceder un ápice de terreno en aquel enfrentamiento silencioso. Podía sentir la rabia y la decepción de él, pero también el cansancio que ambos compartían después de tantas horas de hostilidad no resuelta. Era como si en ese momento cada uno estuviera pidiendo, sin palabras, una respuesta a una pregunta que ni siquiera querían formular.Heinz extendió la mano y tomó la nota de sus labios, retirándola de su rostro con una calma tensa. La observó con detenimiento, con sus ojos captando el rojo vibrante de los labios de Ha-na marcados en el papel, como una huella indeleble de la distancia y el dolor que los separaban. Su expresión permanecía seria, pero sus ojos mostraban una chispa de algo más, una mezcla de frustración y algo parecido a una súplica. Quería decir algo, tal vez aclarar lo que había sucedido entre ellos, pero las palabras parecían atoradas en su garg
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65. El instinto
Heinz también estaba ante un sentimiento primitivo e impulsivo, que había cegado su entendimiento. El beso era una especie de confesión que no podía reprimir. En cada roce de sus labios y suspiro compartido, se escondían emociones profundas, miedos y deseos que nunca había expresado en palabras. Sentía que su control, ese que tanto se esforzaba en mantener, se disolvía en el contacto con ella. Era como si sus sentimientos, habitualmente confinados tras una máscara de rigidez y disciplina, se hubieran liberado. La fragilidad de su alma, algo que siempre evitaba mostrar, se desbordaba al estar con Ha-na. En esos momentos, no había jefes, ni contratos, ni acuerdos. Solo estaban ellos dos, atrapados en el calor y la intimidad que habían creado sin proponérselo.Ha-na comenzó a corresponder con una pasión suave, dejándose llevar por el fervor de Heinz. Sentía sus manos en su espalda, fuertes y exploradoras, y algo en su interior se quebró. Un hormigueo recorrió su piel, y un leve suspiro se
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66. Ley del hielo
El camino al penthouse se sentía eterno, cada minuto al volante se prolongaba como una especie de prueba silenciosa que ambos parecían estar enfrentando con toda la paciencia y el autocontrol que podían reunir. El auto avanzaba por las calles iluminadas por las luces de la ciudad, pero dentro de él, el silencio seguía pesando, dándole al aire una sensación eléctrica. Heinz estaba consciente de que, en cada parada, en cada semáforo, el reflejo de Ha-na en la ventana le devolvía esa imagen serena pero contenida que tanto lo atraía y desesperaba al mismo tiempo. Cada vez que el carro se detenía, podía percibir el leve cambio en su respiración, la manera en que sus dedos se enredaban entre sí en un gesto de nerviosismo que ella intentaba disimular. Ese pequeño detalle lo hacía sentir una especie de alivio, una extraña satisfacción al darse cuenta de que él no era el único que estaba siendo afectado por la situación. Entendía que, por mucho que ella intentara ocultarlo, había una conexión
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67. La incomodidad
Ha-na estaba por conciliar el sueño. Pero le llegó una notificación de mensaje. Era de parte de Erik, su amigo de la universidad y compañero de trabajo.Erik.Hola, Ha-na. ¿Estás libre mañana después del trabajo?Ha-na.¿Por qué?Erik.Quisiera invitarte a cenar. Una cita en la tarde.Si no te molesta.Ha-na se mantuvo mirando la pantalla del celular, asimilando la invitación. Tensó la mandíbula. La verdad era que Erik era amable, atento y siempre se la pasaba bien con él. era más divertido. A diferencia de Heinz que era un ogro gruñón, mandón y posesivo. Estaba enojada y molesta con él.Ha-na.Sí. Está bien.Ha-na suspiró con cansancio. Apagó la pantalla del celular y se preparó para dormir. Mas, la invitación de Erik aún rondaba en su mente. Miró al techo de su habitación, sintiendo el peso de esa salida próxima y un remolino de emociones en el pecho. Por un lado, la idea de pasar un rato con alguien agradable, alguien que no la haría enojar, la aliviaba. Erik siempre había sido una
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68. La diosa
Hield Dietrich había despertado en ese día tenso y preocupado. Su hermano Heinz se mostraba negativo ante la idea de ir a recoger a la mujer que venía de Corea del Sur. Su padre le enviaba mensajes, presionándolo para que expiara a Heinz.En su penthuose, con su traje de sastre elegante. Estaba nervioso y ansioso. Intentó llamar a su hermano, pero recordó su actitud negativa y hostil. Veía el reloj en su muñeca como el tiempo avanzaba. Suspiró con resignación. Él mismo tendría que ir a buscarla al aeropuerto.Hield fue al estacionamiento y se mantuvo allí, eligiendo el auto. Optó por un Ferrari oscuro deportivo y manejó a hacia el punto destino. Entró al lugar. Aguardaba en sala de espera. Veía como llegaban e iban personas de muchas nacionalidades, americanos, latinos, europeos.A pesar de su nerviosismo, intentaba mantener la compostura, erguido en su traje de sastre perfectamente ajustado, pero la ansiedad lo traicionaba de vez en cuando con un suspiro o una mirada rápida al reloj.
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69. El saludo
Hee-sook se mantuvo detallándolo. Se veía muy joven y era más bajo que ella. Sus ojos azules y su cabello marrón eran la imagen de un auténtico europeo. Tenían entendido que eran de raíces alemanas. Con semblante inmutable serio e intimidante le correspondió el saludo. ¿Él era su prometido? Sus padres le habían hablado de su compromiso con el hijo de la familia Dietrich. No imaginaba que sería una persona tan menuda y tímida. Sin embargo, era un poco lindo. Desprendía inocencia y pureza. Entonces, le correspondió el saludo de una manera lenta y elegante.Hield estaba al borde del desconcierto, y su mente intentaba procesar lo que acababa de hacer. Había mentido sin titubear, presentándose como su hermano mayor, Heinz, para evitar la furia de su padre y cumplir la exigencia de recibir a Hee-sook. Sentía un peso de ansiedad en el pecho, pero, al ver el semblante imperturbable de la mujer frente a él, hizo su mayor esfuerzo por mantener su fachada. Sin embargo, no era solo su expresión,
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