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Todos los capítulos de La Flor del Magnate: Capítulo 91 - Capítulo 100
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90. La presa
Hee-sook había regresado a su penthouse. Se quitó su ropa y se duchó. Se puso un baby doll erótico, que la hacía lucir sensual y hermosa. Fue a la cocina por soju coreano. Se sirvió en una copa y en su celular empezó a buscar sobre Hield Dietrich. Revisó las redes sociales, pero los Dietrich eran muy reservados. Ninguno de ellos tenía fotos, solo una familiar de los señores Dietrich y los tres hermanos cuando eran niños. Enseguida distinguió a su pequeño impostor. Era tan dulce e inocente, que le provocaban ganas de tenerlo solo para ella. Estaba comprometido con Heinz por decisión de sus padres, pero había encontrado a una presa más deliciosa y pura de cazar, a Hield Dietrich, el hermano de Heinz, su lindo mentiroso, su concuñado. Lo tomaría bajo su control. Ya tenía todo lo necesario para hacerlo. Él no podría rehusarse a lo que le ordenara. Se convertiría en la dueña de ese joven magnate de ascendencia europea. Moldeó una sonrisa malvada. Hield Dietrich era su nueva presa, virgen,
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91. Nueva fase
Al amanecer del día siguiente, Heinz y Ha-na despertaron en sus respectivas habitaciones. El aire en el penthouse parecía distinto, cargado de una energía sutil pero palpable, como si algo invisible hubiera cambiado entre ellos. Ambos lo sentían, una sensación que les presionaba el pecho, no de incomodidad, sino de algo que no podía ser ignorado. Atrás habían quedado los días en los que evitaban cruzarse, atrapados en una disputa que parecía insalvable. Lo que había ocurrido en el edificio mirador y en el sofá la noche anterior había marcado un antes y un después, trazando un camino que ninguno de los dos se atrevería a negar.En su habitación, Heinz se levantó con un movimiento decidido, como si su cuerpo ya supiera que el día estaría cargado de nuevas expectativas. Caminó hacia el baño, dejando que la luz del amanecer iluminara su figura alta y robusta. Su piel clara reflejaba el resplandor matutino, y sus ojos azules, aún somnolientos, brillaban con un tono más suave que de costumb
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92. La conexión
Heinz la miró, mientras ella bajaba del auto con elegancia, caminando por la acera con paso firme pero grácil. El vestido que había elegido esa mañana se movía suavemente con la brisa, y su cabello caía en ondas perfectas sobre sus hombros. Permaneció en el auto unos minutos más, calculando mentalmente el tiempo que ella tardaría en llegar a la empresa. Contemplarla alejarse le provocaba una mezcla de orgullo y anhelo. Ahora recogía el fruto de sus años de espera, aguardando estar con ella.Cuando consideró que el momento era el adecuado, encendió el motor y condujo hacia el estacionamiento privado de la compañía. Al llegar, subió en el elevador con la misma expresión imperturbable que siempre mantenía en su rostro, esa que inspiraba respeto y un poco de temor entre los empleados. Cuando las puertas se abrieron, todos los presentes se pusieron de pie y le rindieron una reverencia formal. A pesar de ser más joven que la mayoría, era el director ejecutivo por legado de su familia Dietri
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93. El cordero
Hee-sook se había despertado y arreglado. Hizo sus tareas sola. Pero esperó a las dos de la tarde para llamar a Hield.—Ven de inmediato al hotel, Hield Dietrich —dijo Hee-sook de forma imperativa—. Si no quieres que cuente que mentiste.Hield mantuvo la expresión seria, pero su corazón estaba acelerado. Distinguía la voz de Hee-sook con ese acento diferente. Se había metido en problemas con una mujer peligrosa. Se dirigió a su automóvil. Iba preocupado y haciéndose ideas en la cabeza. Al llegar, encontró la puerta entreabierta. Entró con calma y divisó a Hee-sook haciendo yoga en la sala de estar, con ropa deportiva.—Ven y ayúdame —dijo ella de manera inflexible.—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Hield con rostro severo—. Ya sabes que te mentí. No soy Heinz, sino Hield Dietrich, su hermano menor, tu concuñado.Hee-sook se puso de pie con una gracia divina, como una diosa asiática, y lo encaró. El pequeño impostor era más bajo que ella, incluso sin llevar tacones.Hield no podía apa
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94. La llave
A pesar de su actitud aparentemente indiferente, Hield era delatado por el apresurado ritmo de su órgano en su torso. La mirada de Hee-sook no lo dejaba escapar. Cada centímetro de ella irradiaba una energía enigmática y poderosa. Sentía que, en cualquier momento, su propia compostura podría desmoronarse ante el peso de su presencia. Intentaba no mostrar ninguna señal de flaqueza, pero la intensidad de sus ojos le hacía sentir que ella podría ver más allá de lo que él mismo reconocía.Ambos permanecían estáticos, sin ceder ni un solo milímetro. El tiempo se alargaba, como si fueran horas, mientras el silencio se volvía un puente entre ellos, lleno de tensión, como si uno de los dos estuviera esperando que el otro hiciera el primer movimiento. Más estaban perplejos y con su corazón latiendo a toda velocidad, retumbando como tambor de guerra.Hee-sook seguía disfrutando de la situación, con sus labios apenas curvados en una sonrisa de satisfacción. Era tan consciente de su efecto sobre
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95. Por poseerte
Hield estaba atrapado por ella en esa posición tan sugerente. Era prisionero de la magnitud de la situación y la mirada de Hee-sook. Aunque podía sentir el calor de su cuerpo y la tensión en el ambiente, cesó todo intento por liberarse. Sus ojos recorrieron el rostro de ella, aquel que irradiaba fuerza, seguridad y una belleza enigmática que lo inquietaba y lo atraía a la vez. No era solo su rostro lo que le generaba ese conflicto interno; era toda el aura que ella poseía, una combinación de autoridad y misterio que le resultaba peligrosa y tentadora.Hee-sook lo mantenía firmemente sujeto, mirándolo con una intensidad que no dejaba espacio para interpretaciones ambiguas. Su mirada era penetrante, dominadora, como si quisiera estudiarlo hasta la última fibra de su ser. Pese a la aparente calma de su expresión, su respiración era profunda y medida, como si intentara controlar cada impulso dentro de ella. Sentía el latido acelerado de su propio corazón y el calor que se expandía en su c
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96. El roce
Hield tenía el peso de Hee-sook en sus brazos, y la cercanía de sus cuerpos provocaba un calor extraño que le hacía arder la piel. Su agarre era firme, y podía percibir cada músculo de ella tensado contra él, como si se negara a soltarse. Ella era intimidante en esa posición, pero también sentía un extraño encantamiento, una atracción tan poco convencional como la situación en la que estaba metido. Él, que hasta ahora había sido el más tranquilo y recto de los Dietrich, el que siempre buscaba evitar problemas, ahora estaba enredado con la prometida de su propio hermano. Y no cualquier mujer; Hee-sook era diferente a cualquier persona que hubiera conocido. Emanaba seducción y poder.Las piernas de Hee-sook rodeaban la cintura de Hield, y sus brazos se aferraban a su nuca, como si no tuviera intención de soltarse. En el breve forcejeo por evitar sus besos, sus rostros habían quedado a escasos centímetros el uno del otro. Desde esa cercanía, Hield no podía ignorar el rostro de Hee-sook.
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97. El acceso
Ese roce de sus bocas, entre Hield y Hee-sook solo era el comienzo de su juego de seducción…La tarde en la oficina había transcurrido con una aparente normalidad. En el piso administrativo, el ritmo del trabajo seguía su curso: llamadas importantes, reuniones con clientes y revisiones minuciosas de documentos. Ha-na y Heinz interactuaban bajo la estricta etiqueta profesional, manteniendo una distancia que a ojos de los demás era lógica dada la jerarquía entre ellos. Sin embargo, bajo esa superficie había una corriente silenciosa, una complicidad que ambos compartían sin necesidad de palabras.En su despacho, Heinz repasó un informe financiero. Su concentración era impecable, pero cada tanto su mirada se desviaba hacia el vidrio que separaba su oficina de la de Ha-na, apenas permitiendo vislumbrar su silueta cuando se levantaba o se inclinaba sobre su escritorio. Se permitió una leve sonrisa al recordar lo que había pasado la noche anterior y en la mañana.—Siempre tan eficiente, Ha-n
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98. Sin retorno
La puerta, cerrada detrás de ella, parecía un símbolo de todo lo que los separaba del mundo exterior. Aquí, en este espacio privado, no había jerarquías, ni contratos, ni reglas. Solo estaban ellos, enfrentándose a una verdad que ninguno de los dos estaba listo para admitir en voz alta.Ha-na caminó hacia él, con pasos lentos y decididos. Al estar lo suficientemente cerca, extendió una mano para tocar ligeramente su brazo.—¿Esto es real? —susurró ella, casi como si estuviera hablando consigo misma.Heinz la abrazó, arropándola con ternura. La calidez de su piel era una confirmación verídica de que todo aquello no era un sueño.—Es tan real como tú y yo —respondió él, acercándose un poco más.El espacio entre ellos desapareció en cuestión de segundos. Sus labios se encontraron en un beso que no tenía prisa, pero sí una intensidad contenida, como si ambos estuvieran explorando un territorio nuevo y desconocido. Era diferente a los besos anteriores; este llevaba un deseo que ya no podía
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99. El espacio
El espacio que quedaba entre ellos desapareció en un instante cargado de tensión acumulada. Ha-na, alzando apenas su rostro hacia Heinz, encontró sus labios con los de él en un beso que, aunque comenzó con cautela, rápidamente se volvió más apasionado. No había timidez, solo un deseo contenido que ahora se liberaba como un torrente indetenible.El contacto fue cálido, con una presión suave que prometía mucho más. La boca de Heinz era firme, pero se adaptaban con una sorprendente delicadeza a los de Ha-na, que eran suaves y seductores, aún con un leve sabor a chocolate que invadía los sentidos de él. Sus respiraciones se entremezclaron, cortas y desiguales, como si ambos estuvieran intentando contener algo que ya no podía ser controlado.Ha-na deslizó sus manos hacia el pecho de Heinz, sintiendo los latidos acelerados de su corazón bajo la camisa perfectamente ajustada. Era como tocar la esencia misma de su fuerza contenida. A medida que el ósculo se intensificaba, sus dedos se aferrar
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