Esa noche, Teresa, abrazando su almohada, llamó a la puerta de mi habitación y me preguntó si podía dormir conmigo. Yo accedí de inmediato, pero, cuando la levanté para llevarla a la cama, sentí que temblaba levemente.—¿Qué pasa?—Vi la película de la que hablaste y me dio un poco de miedo —murmuró Teresa, asomando sus ojitos por debajo de las mantas.Me quedé sorprendida por un momento, pero, al darme cuenta, no pude evitar reír hasta las lágrimas. —No te rías, mamá —pidió Teresa, levantando las mantas, un tanto ofendida.Desde ese día, comenzó a llamarme «mamá» con frecuencia, tras lo cual, rápidamente, y sin que me diera cuenta, la pequeña llegó a la edad de ir a la escuela primaria.Un día, recibí una llamada de la maestra, informándome que Teresa había tenido una pelea. Mientras iba hacia la escuela, pensé en una gran cantidad de posibilidades, pero no lograba entenderlo. Teresa era una niña muy madura para su edad, especialmente en el control de sus emociones.Desde que vivía c
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