Al llegar a la casa de Cloe. Sin pensarlo más, Ethan detuvo el coche bruscamente. Cloe, con el rostro marcado por la rabia, no esperó ni un segundo antes de abrir la puerta y salir, como si su cuerpo estuviera buscando huir de él, y de esa presión silenciosa que nunca desaparecía.Ethan observó su movimiento, su forma de escapar, y algo dentro de él se retorció con fuerza. Sin pensarlo, se bajó del coche y con rapidez la alcanzó antes de que pudiera alejarse. La tomó por el brazo con firmeza, deteniéndola en seco.—Cloe, no—dijo, con voz ronca. —Nada cambiará. Isabella no es mi luna. Tú lo eres, aunque no lo creas.Cloe, tensa, se giró hacia él.—No sé por qué me dices eso— replicó, liberándose de su agarre. —Ni siquiera me interesa si esa mujer es o no tu luna. No me importa.Sus palabras fueron frías, cortantes, y aunque su cuerpo luchaba por apartarse de él, su corazón, ese maldito corazón que no podía negar, latía en su pecho como si también quisiera aferrarse a él.Pero Ethan no
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