Cloe sentía cómo el manojo de nervios en su estómago amenazaba con romperla en pedazos. Trató de controlar la ansiedad, pero era imposible. Porque allí, en esa sala iluminada solo por luces bajas, todos los líderes de las especies sobrenaturales la observaban con miradas penetrantes, como si fuera una presa acorralada, lista para ser devorada. A su alrededor, el aire se volvía denso y pesado. No importaba que los corazones de esos seres latieran, y que sus apariencias fueran humana; ya que todos tenían algo sobrenatural que los hacía sentir… diferentes, monstruosos, peligrosos.Pero uno destacaba sobre todos los demás. Y con su mirada profunda, oscura, y con su presencia tan imponente, Mason, el rey de los vampiros, la hizo sentir como si estuviera a punto de ser aplastada. —Hola, humana—. El rey de los demonios, agitó los dedos, dejando ver sus uñas negras y largas, y al notar que el rostro de Cloe se puso pálido, se tocó los cuernos que le salían en la frente.—No, humana, no soy
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