Al caer la noche, todos los miembros de la manada, se encontraban reunidos, en el multiuso, que era el refugio donde, en tiempo de guerras, las mujeres y niños se resguardaban, pero ahora no estaban allí en ese plan, sino celebrando su gran victoria. El retumbar de las carcajadas se mezclaba con el sonido del brindis, y el aroma a carne asada y vino fuerte inundaba cada rincón. Cloe se encontraba allí, rodeada de aquellos que la aceptaban, por fin, no como la humana que alguna vez había sido, sino como la diosa en que se había convertido. Su corazón latía con fuerza, desbordado por la gratitud por ser parte de esta unión y, al mismo tiempo, por la sensación inexplicable de que, a pesar de la victoria, algo seguía faltando.Los niños, esos pequeños y curiosos lobos de espíritu libre, que antes la miraban con desconfianza o mantenían la distancia, ahora la veían con ojos curiosos y sonrisas tímidas. Se acercaban sin miedo, preguntándose en su inocencia si, en verdad, ella era una dio
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