En contraste, Thalía permaneció firme. La pequeña hechicera soportó el proceso con una serenidad que asombró incluso a los lobos más fuertes. No vaciló ni un instante, su esencia pareció armonizar con el poder que recibía, demostrando una fortaleza inesperada que la distinguía entre todos.—Te acepto, manada. Me uno a ustedes, no solo con mi marca, sino con mi alma. Soy de ustedes y ustedes son míos.Con esas palabras, el vínculo se selló, y una oleada de energía recorrió incluso la tierra misma. Las marcas de los guerreros respondieron brillando como luces fugaces en la oscuridad, demostrando que estaban unidos bajo la luz que Cloe representaba.Era como si cada uno de los guerreros, cada una de las almas vinculadas a la manada, se fusionara con su espíritu, aportándole una fuerza y conexión que nunca había imaginado. Y cuando todo se calmó, cuando el resplandor de las marcas comenzó a desvanecerse, Cloe sintió que ya no era solo una mujer, ni solo una diosa. Era el lazo vivo entr
El espacio ancestral que Ethan había creado con la magia divina de Cloe brillaba con una energía que parecía venir de los confines de los tiempos. Dentro de aquel paraíso temporal, ellos experimentaban un remanso de paz, pero Cloe percibía algo más. Aunque Ethan le dedicaba una sonrisa, sus ojos traicionaban una angustia que no podía ocultar.—¿Estás pensando en tu padre?Ethan apretó tanto los puños, que los músculos de sus brazos se tensaron. Y una sonrisa feral se dibujó en su rostro, dejando ver sus colmillos lobunos, afilados.Pues para estar en ese lugar debía estar transformado en alfa supremo.—En este momento olvidemos a Caleb —respondió—. Sé que pronto descubriré la cueva en la que se esconde y pondré fin a esto de una vez por todas.De repente, Ethan rompió la distancia entre ellos. Con un movimiento ágil y firme, la abrazó por la cintura, levantándola del suelo como si no pesara nada. En su forma humana, Cloe ya era mucho más pequeña que él, pero ahora, en su transforma
Cada hendidura del cuerpo de Cloe, se estiraba para darle cabida, enfundándolo como un guante hecho a medida. No había forma de ignorar lo bien que se ajustaban el uno al otro.Ethan se detuvo, afirmando una mano en la cadera de su amada y la otra en su hombro. Mientras su pecho se elevaba y se hundía con grandes rugidos contra su espalda. Ella dirigió su atención hacia los temblorosos muslos de él. Sintiendo que se estaba partiendo en dos y parecía que a él le pasaba lo mismo.El olor tentador de sus pieles inundaba el aire que los rodeaba y se unía al del incienso que perfumaba ese espacio.Ethan metió la mano por debajo de ella, frotándole el clítoris con aquellos enloquecedores círculos a la vez que la penetraba con embestidas largas y acompasadas. La sensación que Cloe estaba viviendo era increíble: notar cómo se estiraba, se encogía. Como aquellas manos apretaban sus caderas y como aquellos labios succionaban su piel sin que las bombeadas con precisiones expertas se detuvier
Cloe no podía estar más feliz. Una sonrisa tonta adornaba sus labios mientras sentía los fuertes brazos de Ethan aferrados a su cuerpo, como si temiera que pudiera escaparse incluso en sus sueños. Él dormía profundamente, acariciando con la respiración cálida, el delicado arco de su cuello, enviándole un escalofrío reconfortante que la hacía sentirse protegida.Con cuidado, comenzó a deslizarse fuera de la "jaula" que Ethan había formado con sus brazos. Mirándolo con ternura y urgencia, temerosa de despertarlo. Cuando finalmente logró liberarse, salió corriendo al baño, sintiendo una risa suave escaparse de sus labios.De pie, frente al inodoro, dejó escapar un suspiro de alivio mientras calmaba su vejiga.—Ufff, qué rico… —murmuró para sí misma, con una sonrisa adormilada.Estaba tan agotada después de haber pasado la madrugada en vela, que decidió que aprovecharía para dormir un poco más mientras los bebés seguían descansando. Sin embargo, apenas había dado tres pasos fuera del b
Antes de que Teresa pudiera procesar lo que ocurría, Kael entró en la cocina, con la frente perlada de sudor.—Mi amor, estás todo sudado —dijo la mujer con una familiaridad que a Teresa le revolvió el estómago. Ella limpió el rostro de Kael con ambas manos, y él le sonrió con ternura.Teresa observó con indignación cómo aquella mujer lavaba sus manos, cortaba un pequeño trozo de un macarons de frambuesa y se lo ofrecía a Kael, quien aceptó gustoso.—Es tu postre favorito. Solo yo sé hacerlo como te gusta—. Sin pensarlo dos veces, la mujer se inclinó y besó la mejilla de Kael con una naturalidad que terminó de colmar la paciencia de Teresa.El sonido del bol que lanzó Teresa al aire resonó en la cocina. La mujer apenas giró la cabeza, esquivando el impacto con la agilidad de un lobo.—¡Kael, desgraciado! —bramó Teresa con el rostro enrojecido por la ira—. ¡Me prometiste que no me serías infiel! Dijiste que los lobos no podían traicionar a sus parejas, ¡y ahora me vienes con esto! ¿Esp
Cloe negó con la cabeza, dejando que una decepción profunda se reflejara en su mirada. Luego, levantó la mano con un gesto lento, como si moldeara el aire a su alrededor. Un aura invisible, casi tangible, se desplegó desde ella, densa y abrumadora, como el peso de una tormenta a punto de desatarse. El alfa intentó resistir, sus músculos se tensaron y sus puños se apretaron, pero era inútil. El poder de Cloe, más allá de lo físico, se aferraba a su voluntad como raíces que ahogan el suelo.Con un temblor visible, el alfa cayó de rodillas, inclinando la cabeza contra su voluntad, en una sumisión tan absoluta que parecía arrancarle la dignidad. El aire se volvió pesado, como si todos los presentes sintieran esa fuerza opresiva que emanaba de ella, como una liga de autoridad, justicia y un destello de furia.—Lo que siempre he odiado de esta especie —confesó con frialdad— es que su orgullo no los deja ver más allá del poder. Díganme, ¿qué han hecho ustedes para merecer ser mis guardian
La madrugada se cernía sobre la manada como un velo pesado. Ethan, exhausto por la noche sin fin y la frustración de no haber logrado atrapar a Caleb, sintió que la furia que ardía en su pecho no llevaría a nada.—Noa — llamó a su beta—. Vete a descansar. Mañana tendremos que lidiar con los alfas traidores.Noa, captando la orden de su supremo, volvió a su casa.—Samira, estás ahí. Necesito que hablemos— llamó tras la puerta de la habitación de Samira, pero al ver que ella no le respondía, decidió pasar.En cambio, Samira, aún envuelta en su propia tormenta interna, se encontraba en la ducha cuando escuchó un leve crujido de la puerta abriéndose, que la hizo tensarse. Apretó sus manos contra su pecho para cubrirse. Ya que la mampara empañada apenas lograba ocultar su figura bajo el vapor. Respiró con fuerza, aliviada al reconocer al intruso. Pero al mismo tiempo, una punzada de incredulidad y asombro se instaló en su mirada. Intentó dar un paso atrás, aunque sus pies no se movían.—¿
El eco de la risa de Aria resonaba por los pasillos mientras arrastraba a Cloe hasta la cocina, ambas con la energía de quien estaba a punto de presenciar algo épico. Al cruzar la puerta, el caos las golpeó a Cloe como un puñetazo en la cara: huevos rotos esparcidos por la encimera, jugo derramado goteando lentamente por el borde de la mesa y un par de tostadas que bien podrían ser carbón.En medio de la catástrofe, con harina en la mejilla y una espátula en la mano, Samira, se giró hacia ellas con una sonrisa resplandeciente.—¡Buenos días! —anunció con la emoción de quien acaba de inventar la cura para el mal humor—. Necesito endulzar tu mañana... aunque quizá amargue más si pruebas esto.Cloe, aún procesando la escena dantesca frente a ella, agitó una mano en el aire para espantar el humo negro que emergía de la tostadora como una señal de socorro. Con una ceja levantada y la otra fruncida, preguntó: —¿Y los empleados de servicio?—Oh, les pedí que se fueran por un rato —respond