El mesero regresó con los platos, y la conversación se interrumpió. Mientras comíamos, la observaba. Cada gesto suyo, cada vez que tomaba el tenedor o apartaba una mecha de cabello de su rostro, era parte de un análisis cuidadoso. Elena era fuerte, eso lo sabía, pero también era predecible. En el fondo, todos lo son. Ella tomó un sorbo de su vino y rompió el silencio primero. —Esto es lo que haces, ¿no? —dijo, su voz baja pero afilada—. Controlar, dirigir, asegurarte de que cada detalle esté bajo tu mando. Incluso hasta lo que como. Sonreí, dejando mi tenedor sobre la mesa. —Control es la clave de todo. Sin control, hay caos. Y si hay algo que detesto, es el caos. —¿Incluso las personas? —preguntó ella, mirándome directamente a los ojos, como si quisiera desafiarme—. ¿Tienes que controlarlas también? —Las personas no son diferentes —respondí sin perder la calma—. Son piezas, movibles, intercambiables. Puedo prever cómo reaccionarán, qué harán, y eso me da ventaja. Elena soltó u
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