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Todos los capítulos de Alaric Kaiser : Capítulo 81 - Capítulo 90
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81. Salvaje deseo
|Dorothea Weber|Ese tipo está completamente loco. Apenas puse un pie fuera de la mansión, el mismo auto de la última vez apareció frente a mí como un espectro al acecho. Sentí un frío en la columna; y por un instante pensé que era algún secuestrador. Pero no, era el tipo de la cicatriz.Me subí al auto, y el trayecto se extendió por largos minutos hasta que finalmente llegamos. Y ahora aquí estoy otra vez, en la misma residencia donde casi mato a ese maldito.El hombre de la cicatriz me observa de pies a cabeza, meticuloso, asegurándose de que no lleve armas. Todos aún tienen presente el día en que casi le vuelo la cabeza a su jefe, y ahora no se arriesgan.Una vez satisfecho, me hace entrar. Cruzo la entrada y, sin saber muy bien cómo, un calor me recorre el cuerpo y aterriza en el área de mis muslos. Estoy realmente aquí para follarme a ese tipo. Casado o no, eso me importa un carajo ahora. Él fue quien me buscó, quien insistió en tenerme. Si realmente amara a su esposa, no estaría
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82. Cena especial
|Dorothea Weber|—¿Ya no puedes seguir, anciano? —le pregunto con una sonrisa burlona.Artem, debajo de mí, frunce el ceño y me taladra con la mirada. Sujeta mis caderas y me da la vuelta en la cama, su cuerpo grande ubicándose sobre mí.Sin poder pestañear siquiera, siento cómo entra en mí con violencia. Su erección, todavía lista para otro combate, se abre paso entre mis pliegues, los ensancha y me toma como suya, mientras mis manos se aferran a ambos lados de las sábanas de seda negra, tan suaves y con su aroma impregnado.Comienza a embestirme como una bestia. Yo le sonrío desde abajo, y eso lo irrita aún más. Amasa mis pechos, los pellizca, los aprieta con rabia, mientras sus caderas chocan con mi débil pelvis. Me está destrozando por dentro, y eso me encanta. Su fuerza, su energía, su placer, su voluntad, son todas mías.Rodeo su cintura con mis piernas y lo mantengo prisionero. Artem me mira con rabia y deseo; se inclina hasta mis labios y los funde en un beso tan rencoroso com
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83. Me opongo
Me separo de los labios de Marcus lentamente, agitada, y abro la puerta completamente con las mejillas encendidas. Los padres de Marcus me lanzan una mirada cómplice antes de entrar, observando la mansión con asombro y entusiasmo.Al darme la vuelta, siento que el mundo gira vertiginosamente a mi alrededor. Él está ahí, mirándonos. Marcus, sin perder la calma, toma mi mano y entrelaza sus dedos con los míos, como si de verdad fuera mi novio.—Oh, señor Kaiser —saludan los padres de Marcus con cortesía—. Un placer conocerlo.—Lo lamento, pero… no sé qué está pasando aquí, ni quiénes son ustedes, ni por qué están en mi mansión esta noche —suelta Alaric, con frialdad.Está furioso; puedo verlo en sus ojos, en la tensión de su mandíbula. Es como si tuviera el mismo infierno ardiendo dentro.Los señores Glenn, a pesar de la evidente incomodidad, mantienen una sonrisa.—Déjame que te lo explique —digo, acercándome a ellos con una valentía que no siento—. Quería que fuera una sorpresa, por e
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84. Estamos rotos
|Alaric Kaiser|¿Debería matarlo? Artem lo haría sin pensarlo dos veces. Para él, hacer desaparecer a un mocoso no sería más complicado que aplastar a una cucaracha. Podría arreglarlo todo para que pareciera un maldito “accidente”. Y así, adiós problema.Pienso en las mil formas de deshacerme de ese imbécil mientras entro a mi habitación, sintiendo cómo la rabia me carcome hasta los huesos. Los muebles nuevos no tienen la culpa, pero los destruyo igual. Las astillas de madera y los vidrios rotos vuelan alrededor, reflejando fragmentos de mi furia.Aplasto el espejo de la cómoda con mis puños, y el dolor ni siquiera se compara con el infierno que llevo dentro. Mi mente no para de repetir esa escena: el beso de esos dos, las manos de él en su cintura, su risa tonta, el maldito rubor en sus mejillas, sus manos tocándose, y lo radiante y hermosa que se veía para él... solo para él. Todo eso, todo lo que era mío, en manos de otro. ¡A la mierda! ¡Eso no se lo voy a permitir!.—¡Señor! —Gerd
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85. Escógeme a mí
Su agarre se hace más firme alrededor de mi cuerpo, y cuando sus sollozos suaves resuenan en mi espalda, siento cómo mi pecho se contrae. Me doy la vuelta de inmediato y la veo. Está llorando.Retrocede un par de pasos, bajando la mirada como si quisiera esconder las lágrimas que resbalan por sus mejillas. Se ve frágil, asustada, temblorosa.—Por favor, detente ya...—susurra, con la voz rota—. Te estás lastimando.—Y tú también lo haces—respondo con amargura.—Tú lo hiciste primero—replica, con el mismo tono herido.—Entonces no deberías llorar—murmuro mientras acorto la distancia que nos separa. Sin sus brazos rodeándome, siento un vacío que me devora—. Deberías estar feliz. Lo has logrado, ¿no? Si querías devolverme el mismo dolor, lo has conseguido.No responde. No, ella no está feliz. En sus ojos no hay rastro de satisfacción, porque en el fondo sigue siendo tan blanda, tan llena de bondad que ni siquiera este juego cruel la libera. Está herida, y cree que lastimándome a mí puede
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86. Malas noticias
|Aisling Renn| Han pasado dos días desde el incidente en la cena. He hecho todo lo posible por evitar a Alaric y a su prometida. No he tenido ánimo de salir de la mansión, aunque he mantenido contacto con Marcus, quien ha querido venir a verme, pero lo he disuadido por Alaric. Primero necesito que su enojo se disipe.Thea, por su parte, sigue actuando extraña desde la última vez que regresó echando chispas tras ver a su ahora exnovio. No sé qué le pasa ni qué planea, pero se ha mostrado tranquila conmigo en la mansión.Sin embargo, hay un silencio en particular que me inquieta: Margaret. No ha venido a enfrentarme como esperaba después de aquella cena, donde Alaric explotó de nuevo por mi culpa y a ella la hicieron a un lado. Según Kate, Margaret ha estado ocupada y feliz, concentrada en los preparativos de su boda. El lugar, su vestido, las decoraciones… se ha encargado de todo con verdadero entusiasmo.En una ocasión la encontré en la cocina, y me saludó con una sonrisa como si nad
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87. Soy su amante
El estado de Alonso es desolador. Quedo petrificada al verlo en esa camilla, cubierto de golpes. Un brazo está vendado junto al pecho; su hermoso rostro, marcado por moretones verdes y morados. Uno de sus ojos está hinchado y desfigurado, y le cuesta hablar por lo mal que ha quedado.El doctor dice que tiene una costilla rota y la muñeca torcida. Un poco más y lo habrían matado.—¿No viste la cara de esos tipos? —pregunta Thea, nerviosa, paseándose de un lado a otro—. ¿Algo que los identifique? Un tatuaje, el color de su cabello, cualquier cosa...—Thea, basta —le pido en voz baja, tomando la mano de Alonso con delicadeza—. Ahora no puede hablar mucho.—Pero esto tiene que ser reportado a la policía; tenemos que encontrar a los culpables —insiste, deteniéndose para mirarnos con angustia—. ¿Por favor? Solo un pequeño esfuerzo...—El doctor dijo que...—No, está bien —Alonso me interrumpe, dejando escapar un suspiro entrecortado—. Puedo hablar un poco...—No te esfuerces. Apenas ayer te
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88. ¿Cuarteto?
|Dorothea Weber|¿Tal vez fue él? Pero no tendría por qué hacerlo, ¿no? Ni siquiera le tocó un puto cabello a Lukas cuando era mi novio. Si Artem de verdad fue quien le puso una mano encima a Alonso, sería un niñato infantil con serios problemas en la cabeza. El tipo tiene más aire que cerebro, pero no tanto como para armar este show. Entonces solo queda Alaric. Claro, el gran Alaric Kaiser, siempre tan metido en todo, tan dueño del mundo. Él sí tendría motivos, después de encontrar a Alonso en la habitación de Aisling. Seguro que se revolvió en celos como un crío al que le quitan su juguete favorito. Está claro: él sería capaz. Más loco que Artem y con más gusto por el drama.Miro hacia la camilla. Alonso está ahí, inconsciente y dopado hasta el alma con analgésicos. Me da pena. Un chico tan inocente, tan… dulcecito. Y míralo ahora, jodido hasta el fondo. Si Artem tuvo algo que ver con esto, le corto las bolas, y lo digo en serio. No me importa si tengo que hacerlo yo misma con una t
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89. Dulces sueños
Zeus cierra la puerta de un golpe seco, su sombra recortándose en la penumbra de la habitación. Los otros dos no pierden tiempo: manos en los cinturones, hebillas que tintinean, miradas como cuchillas que me recorren de arriba abajo. Yo los observo desde la cama, con las piernas cruzadas, las manos apoyadas en el colchón, y una sonrisa tan falsa como mi interés en sus intenciones.Uno es pelinegro, el otro castaño. Ambos me miran como si fueran lobos y yo, una presa dispuesta. Pero ¿saben qué? Estoy aquí por puro capricho. Después de tanto lidiar con patanes egocéntricos, me lo merezco. O eso me repito para justificar esta locura.El primero se baja los pantalones, y no puedo evitar alzar una ceja. ¿En serio? No sé si reírme o llorar. Artem me ha malacostumbrado: ni siquiera necesito cerrar los ojos para recordar lo que era tenerlo dentro. ¿Con esto quieren impresionarme? Contengo un suspiro y me las ingenio para fingir entusiasmo. Pero la realidad es que mis bragas siguen tan secas c
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90. Marcas extrañas
|Aisling Renn| El sol de la mañana se filtra por la ventana. Abro los ojos y parpadeo, moviéndome hacia un lado para tantear la cama, esperando encontrar a Thea todavía dormida, quizá con la misma ropa de anoche en lugar de pijama. Para mi sorpresa, estoy sola.Me incorporo en la cama justo cuando Kate entra por la puerta. Estaba a punto de despertarme, pero ya no es necesario.—¿Y Thea? ¿Se levantó temprano? —pregunto, aún somnolienta—. Seguro debe estar con resaca.—No, señorita. Ella no volvió anoche.La miro, desconcertada.—¿No? —me pongo de pie, intentando procesar—. Qué raro. ¿Se habrá quedado en casa de alguien? O…Dejo la frase en el aire al tomar mi celular. Al desbloquearlo, un mensaje suyo aparece en la pantalla. Suspiro aliviada al leerlo:"Lin, estaré en casa de mis padres por un par de días. Lamento no llegar anoche. Deja que calme a mi madre y volveré."—Me preocupé por nada —murmuro, dejando el móvil a un lado mientras busco ropa en el clóset—. Thea está en su casa.
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