Allí estaba nuevamente, sentado en aquel café donde siempre se encontraba con Colette. La misma mesa en la esquina, la misma vista, pero esta vez no había rastro de aquella chispa de esperanza. Desde la llamada, Adrien había sentido cómo sus ánimos se desplomaban, convencido de que la respuesta de Colette no sería la que esperaba. La hora acordada llegó y, como siempre, Colette apareció puntual. —Hola, Adrien —saludó, agitada, como si hubiera llegado corriendo. —Hola. ¿Estás bien? ¿Venías corriendo? —comentó él con una sonrisa que intentaba relajar el ambiente. —Algo así —respondió ella, devolviendo la sonrisa entre risas ligeras. El silencio los envolvió de inmediato. El ambiente se volvió incómodo mientras Colette pedía un vaso de agua, y Adrien, con la mirada fija en la mesa, jugueteaba nerviosamente con sus manos. —Sobre lo que te propuse... —comenzó Adrien, sin atreverse a mirarla. —Hagámoslo —respondió Colette, sin titubear. Adrien levantó la vista, sorprendido. Ella sonr
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