Adrien sentía cómo el sudor le corría por la frente mientras su padre lo observaba, sus ojos llenos de una mezcla de curiosidad y desconfianza. Sabía que cualquier paso en falso lo delataría. Necesitaba encontrar una manera de calmar las sospechas de Arnault sin revelar demasiado.
—Es solo una amiga, papá. Estaba bromeando —dijo, forzando una sonrisa despreocupada.
Arnault levantó una ceja, claramente no convencido.
—¿Una amiga? ¿Con esa familiaridad?
Adrien apretó la mandíbula, sintiéndose acorralado. No podía permitir que su padre indagara más. Cualquier error, y todo se vendría abajo.
—Así nos llevamos, no te preocupes —replicó, intentando mantener el tono ligero mientras sentía que su pulso se aceleraba.
El silencio que siguió fue aplastante. Arnault lo observaba como si pudiera leerle los pensamientos.
—Está bien, hijo. Pero recuerda que tienes una reputación que proteger. —agregó con un toque de severidad.
Adrien asintió, la culpa carcomiéndolo por dentro. No solo estaba mintiendo sobre Colette, sino que su reputación y la de su familia estaban pendiendo de un hilo. Y todo por culpa de una noche que no podía recordar del todo.
—Lo sé —dijo, buscando cualquier excusa para desviar la conversación—. Pero, no respondiste a mi pregunta.
Mientras Arnault comenzaba a hablar sobre como su madre consiguió la llave días atrás, Adrien apenas lo escuchaba. Colette no salía de su mente. ¿Cómo reaccionaría cuando descubriera que su pequeño pacto se estaba complicando más de lo que habían previsto? Necesitaba hablar con ella, y rápido.
Se disculpó torpemente y salió de la cocina para buscar su teléfono. Sus dedos temblaban ligeramente mientras lo enchufaba para cargarlo cerca de la barra de desayuno. Miró la pantalla por un instante antes de tomar aire y enviarle un mensaje a Colette.
—Necesitamos hablar.
La respuesta no tardó en llegar.
—De acuerdo, ¿dónde?
—En el café de siempre. A las 4.
Eran las 3:30 cuando Adrien llegó al café. Se acomodó en una mesa en la esquina, sintiéndose inquieto mientras observaba a los clientes entrar y salir. Sabía que tenían que hablar sobre el divorcio, pero algo en su interior se resistía. Había una conexión que no podía ignorar, aunque no estuviera seguro de qué significaba.
Cuando Colette llegó, su expresión reflejaba una mezcla de determinación y cansancio. Se sentó frente a él con los brazos cruzados, su mirada fija en los ojos de Adrien.
—No quiero dar más vueltas. Necesitamos resolver esto rápido —dijo, su tono cortante y directo.
Adrien asintió, aunque sentía una extraña mezcla de alivio y tensión creciendo dentro de él.
—Sí, estoy de acuerdo —respondió con un tono más suave—. Pero… quizás podríamos hablar un poco primero. Solo un par de minutos.
Colette lo observó con desconfianza, sin decir nada por un momento. Adrien sintió su pulso acelerarse. Era como si hubiera algo en el aire entre ellos, algo que no se podía simplemente descartar.
—Está bien. ¿Cómo te sientes al respecto? —preguntó al fin, su tono menos rígido.
—Confundido, para ser sincero —admitió, bajando la mirada un instante antes de volver a mirarla—. Nunca pensé que terminaría casado, y menos con alguien a quien apenas conozco. Pero no puedo evitar pensar que, de alguna manera, esto podría ser una oportunidad.
Colette lo miró sorprendida.
—¿Una oportunidad para qué?
—Para que nos conozcamos mejor. Para explorar si esto puede funcionar de alguna manera —respondió Adrien, con la sensación de estar caminando sobre terreno peligroso.
Colette frunció el ceño, claramente incómoda con la idea.
—No estoy interesada en eso, Adrien. Lo que pasó fue un error, y tenemos que deshacerlo.
Adrien suspiró, sabiendo que la conversación no iba a ser fácil. Pero tenía que intentar convencerla, aunque parte de él aún no supiera por qué.
—Entiendo, y quizás tengas razón. Pero la noche fue… intensa. No podemos ignorarlo, así como así. ¿No crees que deberíamos pensar en esto antes de tomar una decisión apresurada?
Hubo un largo silencio mientras Colette lo miraba con ojos inquisitivos. Adrien podía ver la duda titilar en su mirada, aunque ella intentara mantener su compostura.
—No estoy segura de querer seguir ese camino —dijo al fin, bajando un poco la guardia—. Pero… ¿y si optamos por un divorcio rápido y discreto?
—Claro, eso es lo más sensato —respondió Adrien, aunque sintió un nudo formarse en su estómago—. Pero… ¿y si hay algo más aquí? ¿Y si nos damos una oportunidad para ver si esto podría funcionar?
Los ojos de Colette vacilaron un instante, y Adrien notó la chispa de duda en su mirada.
—Déjame pensarlo —respondió finalmente, su voz más suave.
Mientras la conversación continuaba, Adrien no podía evitar sentir que algo estaba cambiando entre ellos. Tal vez lo que había empezado como un error podría transformarse en algo inesperado, algo que ambos necesitaban para cumplir con sus objetivos… y quizás, incluso, algo más.
(…)
Esa noche, Colette llegó a su casa con la mente hecha un lío. No esperaba que aquel apuesto chico de ojos verdes le propusiera algo tan inesperado: evitar el divorcio. Se sentía extrañamente halagada, pero también invadida por el miedo de tomar la decisión equivocada. Lo sucedido había comenzado a sembrar dudas sobre su buen juicio, aunque, al considerar la posibilidad de aprovechar la situación, empezaba a pensar que quizás no había cometido un error tan grande.
Suspirando de cansancio, se dejó caer sobre la cama. Sin pensarlo demasiado, buscó su teléfono y comenzó una videollamada con sus amigas. Necesitaba desahogarse y escuchar lo que ellas pensaban.
—¡Amiga, para nada está descabellada su propuesta! —exclamó Charlotte, su tono lleno de emoción. La rubia claramente apoyaba la idea, casi demasiado entusiasmada.
—Concuerdo con Charlotte —añadió Camille con una sonrisa astuta—. Piénsalo, es una forma muy fácil de liberarte de tu familia.
Colette ya había considerado esa posibilidad, pero le seguía pesando la incomodidad. Desde que se enteró de que tenía que casarse para heredar el viñedo, lo había tomado como una traición. Aprovechar la situación justo como su familia quería no le sentaba bien. No quería casarse por conveniencia, y mucho menos para quedarse con algo por lo que había trabajado tanto. El viñedo lo era todo para ella. Había crecido entre esas tierras, vivido cada estación cuidando las uvas, y había dedicado años a perfeccionar el negocio junto a su madre. Que la pusieran en esa posición la hacía sentir impotente y frustrada.
—Entiendo lo que dicen, chicas, pero me siento mal por hacer justo lo que mi familia espera de mí: casarme —respondió Colette, mordiéndose el labio, llena de dudas.
—Pero no tienes muchas opciones —le recordó Camille, con un tono más suave—. Y sabemos que no vas a renunciar al viñedo.
—Exacto —corroboró Charlotte—. Piénsalo como un medio para demostrarle a tu familia qué harías cualquier cosa por ese viñedo. Además, no es como si Adrien tuviera que involucrarse en tus negocios. Eso lo puedes dejar bien claro desde el principio.
Esa perspectiva nueva le ofrecía a Colette un enfoque distinto. Tal vez lo que necesitaba era verlo de otra manera, como un paso temporal y estratégico, no una rendición. Si mantenía el control de la situación y dejaba en claro sus términos, podría hacer que funcionara a su favor.
Tal vez, solo tal vez, aquella extraña propuesta no era tan mala idea después de todo.
Lunes por la mañana. Adrien bostezaba por enésima vez, incapaz de ocultar el cansancio. Sus pensamientos no le habían dejado dormir, y ahora su mente estaba atrapada entre la ansiedad y la incertidumbre. Por suerte, el día no estaba cargado de tareas. Llevaba varios minutos mirando su teléfono, esperando que Colette respondiera a su propuesta o al menos le escribiera para verse. La espera lo tenía nervioso, ansioso. Pero más que eso, lo que verdaderamente le angustiaba era la posible respuesta de Colette. ¿Qué haría si ella decidía seguir adelante con el divorcio? La sola posibilidad le provocaba un dolor de cabeza. No porque quisiera una relación con ella, sino porque entonces tendría que resignarse a seguir los planes de su padre, sin poder oponerse. ¿Y si le escribía primero? No, podría parecer desesperado y no quería arriesgarse a molestarla. Para calmar su inquietud, comenzó a caminar de un lado a otro en su oficina, aunque aquello no le ayudaba en absoluto. —Oye, Adrien. —Luc
Allí estaba nuevamente, sentado en aquel café donde siempre se encontraba con Colette. La misma mesa en la esquina, la misma vista, pero esta vez no había rastro de aquella chispa de esperanza. Desde la llamada, Adrien había sentido cómo sus ánimos se desplomaban, convencido de que la respuesta de Colette no sería la que esperaba. La hora acordada llegó y, como siempre, Colette apareció puntual. —Hola, Adrien —saludó, agitada, como si hubiera llegado corriendo. —Hola. ¿Estás bien? ¿Venías corriendo? —comentó él con una sonrisa que intentaba relajar el ambiente. —Algo así —respondió ella, devolviendo la sonrisa entre risas ligeras. El silencio los envolvió de inmediato. El ambiente se volvió incómodo mientras Colette pedía un vaso de agua, y Adrien, con la mirada fija en la mesa, jugueteaba nerviosamente con sus manos. —Sobre lo que te propuse... —comenzó Adrien, sin atreverse a mirarla. —Hagámoslo —respondió Colette, sin titubear. Adrien levantó la vista, sorprendido. Ella sonr
La presión en su cabeza era un claro indicio de la resaca que padecía. Sus pesados párpados luchaban por abrirse, muchas veces en vano, y cuando finalmente lo logró, agradeció que las cortinas de la habitación bloquearan cualquier rayo de luz que pudiera afectar su ya acostumbrada vista a la oscuridad. Colette se mantenía boca abajo en la cama, con un brazo colgando al borde, casi tocando el suelo. Con lentitud, se levantó y se dirigió al baño. Al mirarse en el espejo, se percató de que no llevaba absolutamente nada de ropa, y además, no reconocía el lugar donde se encontraba. El dolor en su cráneo se hizo más agudo. Al volver a la habitación, se encontró con el mismo estado de desnudez, pero un cuerpo masculino, totalmente desconocido para ella. De la impresión, su aguda voz se alzó, llenando la habitación y haciéndola retumbar. Esto hizo que aquel hombre se levantara de un tirón de la cama, con clara confusión, miedo y asombro. —¡¿Quién eres?! ¡¿Por qué estás aquí?! Colette se
—¿No comprenden la gravedad del asunto? La de cabello castaño llevaba rato reprochándole a sus amigas lo sucedido días atrás con el chico llamado Adrien. Esa mañana habían acordado divorciarse, pero no podían ir directamente con sus abogados, dado que ambos tenían apariencias que debían proteger. —Si alguien descubre que estoy casada con un don nadie que conocí en una fiesta cualquiera y que me voy a divorciar, sería mi fin antes de presentarme como dueña del viñedo. Era evidente lo molesta que se encontraba, pero ninguna de sus amigas notó algún indicio de arrepentimiento. —¿Y eso en qué nos perjudica? A ver, Colette, esa noche pusimos todo nuestro empeño en detenerte, pero estabas decidida a casarte —comentó Camile mientras degustaba café con leche. —Exacto. Además, nosotras también estábamos ocupadas; ya era bastante cargar con nuestras propias borracheras. Aún no sé cómo llegué a mi casa. Charlotte, la más sincera de las tres, no conocía la palabra “vergüenza”, por lo que no