—¿No comprenden la gravedad del asunto?
La de cabello castaño llevaba rato reprochándole a sus amigas lo sucedido días atrás con el chico llamado Adrien. Esa mañana habían acordado divorciarse, pero no podían ir directamente con sus abogados, dado que ambos tenían apariencias que debían proteger.
—Si alguien descubre que estoy casada con un don nadie que conocí en una fiesta cualquiera y que me voy a divorciar, sería mi fin antes de presentarme como dueña del viñedo.
Era evidente lo molesta que se encontraba, pero ninguna de sus amigas notó algún indicio de arrepentimiento.
—¿Y eso en qué nos perjudica? A ver, Colette, esa noche pusimos todo nuestro empeño en detenerte, pero estabas decidida a casarte —comentó Camile mientras degustaba café con leche.
—Exacto. Además, nosotras también estábamos ocupadas; ya era bastante cargar con nuestras propias borracheras. Aún no sé cómo llegué a mi casa.
Charlotte, la más sincera de las tres, no conocía la palabra “vergüenza”, por lo que no entendía su significado.
—¿Cómo es que yo terminé en un hotel y tú en tu casa?
—Lo sé, una locura.
—En fin, necesito que me ayuden a buscar a alguien discreto para el trámite de divorcio, por favor.
Ambas chicas la miraron con disimulo. Accedieron a ayudarla de inmediato, pero tenían la esperanza de que en medio de la búsqueda se arrepintiera y decidiera quedarse con aquel apuesto chico de ojos verdes.
(…)
—¿En serio te vas a divorciar?
—¡Claro que sí, Lucien!
Adrien revisaba en su teléfono los diferentes bufetes de abogados que conocía, buscando el más discreto para el trámite de divorcio, lo cual era difícil de encontrar dada su reputación. Los medios y muchos a su alrededor esperaban que cometiera el mínimo error para dejarlo en evidencia frente a todos y quitarle el prestigio de su puesto en la empresa.
—Imagina lo que diría la gente si el CEO de LUX, el conglomerado multinacional francés más importante del país, se casa y luego se divorcia de una desconocida de la que solo sé su nombre.
Lucien rió y se cruzó de brazos mientras lo observaba.
—Bueno, eso debió pensar el CEO de LUX antes de hacer aquella locura.
—Ya, cállate. Estuviste ahí y no hiciste nada para detenerme. Mejor ayúdame a buscar un abogado discreto.
Y así lo hizo; Lucien dejó de burlarse de su amigo para ayudarle.
(…)
Semanas habían pasado desde aquella mañana caótica para Colette y Adrien.
No hablaban mucho, fuera de lo necesario respecto al tema que los unió en un principio. Ninguno había tenido la suerte de encontrar a alguien confiable que los divorciara sin tantas interrogantes, lo cual les frustraba de sobremanera, especialmente porque ambos tenían fechas importantes cerca.
El peso de mantener intactas sus reputaciones era bastante agotador. No podían siquiera imaginar todo lo que hicieron aquella noche, pues aún no recuperaban los recuerdos ni tenían esperanza de hacerlo. Sus amigos se encargaron de recalcarles gran parte de sus acciones hasta que tomaron caminos separados, y todo se resumía a que ambos estaban muy a gusto, cómodos y acaramelados.
Colette no dudaba de su buen juicio ni siquiera estando borracha, pero el solo hecho de pensar que se había casado con un desconocido la hacía dudar.
Por otro lado, Adrien nunca pensó que sus locuras llegarían hasta ese extremo. Si bien sabía que todo es posible cuando se prueba el alcohol, eso simplemente sobrepasaba sus límites de entendimiento. Pero lo que sí sabía era que tenía que buscar una solución ya, sin centrarse en el pasado; lo hecho, hecho estaba.
Era domingo, uno de sus dos días libres. Optó por descansar hasta tarde para luego seguir en la cansina búsqueda de un abogado. La noche anterior se había mantenido ocupado en su oficina, ya que tenía bastante trabajo acumulado. Por ello, no se fue hasta que el último documento estuvo firmado. Cuando llegó a su departamento, solo retiró su ropa y fue directamente a la cama, sin siquiera percatarse de que su teléfono estaba con poca batería. Para la mañana siguiente, ya estaba completamente descargado.
El timbre del departamento sonaba repetidamente, pero Adrien no se inmutó en absoluto. En su trance de ensueño, pensó que como no esperaba a nadie, no tenía por qué abrir, y que en algún momento la persona se cansaría de tocar y se iría. Pero, en vez de eso, la contestadora de su teléfono fijo llamó su atención.
—Adrien, soy yo, abre la puerta. Sé que estás allí.
La voz de su padre solo hizo que dejara de escucharle. No le interesaba qué quería en ese momento; estaba muy cansado y no quería visitas.
Tras quedarse dormido nuevamente, no escuchó cómo su progenitor ingresó a su hogar, dirigiéndose directamente a la cocina con bolsas de papel que contenían alimentos. El hombre alto, con cabello canoso corto y casi cincuenta años, sabía que su hijo se preocupaba más por el trabajo que por sí mismo. Tenía conocimiento de que el día anterior Adrien se mantuvo trabajando hasta tarde, así que decidió hacerle una comida especial junto con su esposa, que llegaría un poco más tarde. Con calma, acomodó todo lo que había traído en su lugar correspondiente y suspiró con pesadez al encontrarse con el refrigerador totalmente vacío, salvo por algunas botellas de agua y energizantes.
—Este hombre necesita una esposa con urgencia.
Arnault llevaba tiempo queriendo que su hijo encontrara a una esposa. Tenía un plazo establecido para ello y estaba muy cerca de vencerse. Tenía miedo de que todo el esfuerzo de su hijo fuera en vano solo porque no pudo casarse.
Sin pensar mucho más, se dispuso a seguir con su labor. Unos minutos después, la contestadora volvió a sonar.
—Adrien, buenos días. Te llamo a este número porque no contestas tu celular. Tenemos que vernos; tengo buenas noticias: ya pude conseguir a un abogado confiable para el div—
Y antes de que la chica terminara de hablar, Adrien llegó al teléfono rápidamente, descolgándolo y respondiendo a las palabras de la mujer.
—¡Cariño, buenos días! —Arnault escuchaba con atención desde la cocina, sorprendido. Adrien miró hacia donde estaba su padre y lo saludó sonriendo mientras continuaba la conversación—. Ahora estoy con mi padre, pero te prometo que en la tarde nos vemos. ¡Adiós!
Tras colgar, no dijo ni una sola palabra. Mantuvo la mirada en la expresión de sorpresa en la cara de su progenitor, sonriendo nervioso, como si se tratara de un adolescente al que le descubren un amorío. Ciertamente ya no era un adolescente, pero se sentía completamente como uno.
—¿Cómo entraste?
—¿Quién es la chica?
Ambos hablaron al unísono, pero solo Adrien apretó los labios ante la pregunta de su padre. Antes, había pensado que la fingida muestra de cariño hacia la chica sería más fácil de explicar que el divorcio, así que agradeció enormemente haber llegado al teléfono antes de que ella lo mencionara.
Pero ahora no tenía ninguna idea de cómo explicarle a su padre que, de algún modo, tenía una pareja.
Adrien sentía cómo el sudor le corría por la frente mientras su padre lo observaba, sus ojos llenos de una mezcla de curiosidad y desconfianza. Sabía que cualquier paso en falso lo delataría. Necesitaba encontrar una manera de calmar las sospechas de Arnault sin revelar demasiado. —Es solo una amiga, papá. Estaba bromeando —dijo, forzando una sonrisa despreocupada. Arnault levantó una ceja, claramente no convencido. —¿Una amiga? ¿Con esa familiaridad? Adrien apretó la mandíbula, sintiéndose acorralado. No podía permitir que su padre indagara más. Cualquier error, y todo se vendría abajo. —Así nos llevamos, no te preocupes —replicó, intentando mantener el tono ligero mientras sentía que su pulso se aceleraba. El silencio que siguió fue aplastante. Arnault lo observaba como si pudiera leerle los pensamientos. —Está bien, hijo. Pero recuerda que tienes una reputación que proteger. —agregó con un toque de severidad. Adrien asintió, la culpa carcomiéndolo por dentro. No solo estaba
Lunes por la mañana. Adrien bostezaba por enésima vez, incapaz de ocultar el cansancio. Sus pensamientos no le habían dejado dormir, y ahora su mente estaba atrapada entre la ansiedad y la incertidumbre. Por suerte, el día no estaba cargado de tareas. Llevaba varios minutos mirando su teléfono, esperando que Colette respondiera a su propuesta o al menos le escribiera para verse. La espera lo tenía nervioso, ansioso. Pero más que eso, lo que verdaderamente le angustiaba era la posible respuesta de Colette. ¿Qué haría si ella decidía seguir adelante con el divorcio? La sola posibilidad le provocaba un dolor de cabeza. No porque quisiera una relación con ella, sino porque entonces tendría que resignarse a seguir los planes de su padre, sin poder oponerse. ¿Y si le escribía primero? No, podría parecer desesperado y no quería arriesgarse a molestarla. Para calmar su inquietud, comenzó a caminar de un lado a otro en su oficina, aunque aquello no le ayudaba en absoluto. —Oye, Adrien. —Luc
Allí estaba nuevamente, sentado en aquel café donde siempre se encontraba con Colette. La misma mesa en la esquina, la misma vista, pero esta vez no había rastro de aquella chispa de esperanza. Desde la llamada, Adrien había sentido cómo sus ánimos se desplomaban, convencido de que la respuesta de Colette no sería la que esperaba. La hora acordada llegó y, como siempre, Colette apareció puntual. —Hola, Adrien —saludó, agitada, como si hubiera llegado corriendo. —Hola. ¿Estás bien? ¿Venías corriendo? —comentó él con una sonrisa que intentaba relajar el ambiente. —Algo así —respondió ella, devolviendo la sonrisa entre risas ligeras. El silencio los envolvió de inmediato. El ambiente se volvió incómodo mientras Colette pedía un vaso de agua, y Adrien, con la mirada fija en la mesa, jugueteaba nerviosamente con sus manos. —Sobre lo que te propuse... —comenzó Adrien, sin atreverse a mirarla. —Hagámoslo —respondió Colette, sin titubear. Adrien levantó la vista, sorprendido. Ella sonr
La presión en su cabeza era un claro indicio de la resaca que padecía. Sus pesados párpados luchaban por abrirse, muchas veces en vano, y cuando finalmente lo logró, agradeció que las cortinas de la habitación bloquearan cualquier rayo de luz que pudiera afectar su ya acostumbrada vista a la oscuridad. Colette se mantenía boca abajo en la cama, con un brazo colgando al borde, casi tocando el suelo. Con lentitud, se levantó y se dirigió al baño. Al mirarse en el espejo, se percató de que no llevaba absolutamente nada de ropa, y además, no reconocía el lugar donde se encontraba. El dolor en su cráneo se hizo más agudo. Al volver a la habitación, se encontró con el mismo estado de desnudez, pero un cuerpo masculino, totalmente desconocido para ella. De la impresión, su aguda voz se alzó, llenando la habitación y haciéndola retumbar. Esto hizo que aquel hombre se levantara de un tirón de la cama, con clara confusión, miedo y asombro. —¡¿Quién eres?! ¡¿Por qué estás aquí?! Colette se