La presión en su cabeza era un claro indicio de la resaca que padecía. Sus pesados párpados luchaban por abrirse, muchas veces en vano, y cuando finalmente lo logró, agradeció que las cortinas de la habitación bloquearan cualquier rayo de luz que pudiera afectar su ya acostumbrada vista a la oscuridad.
Colette se mantenía boca abajo en la cama, con un brazo colgando al borde, casi tocando el suelo. Con lentitud, se levantó y se dirigió al baño. Al mirarse en el espejo, se percató de que no llevaba absolutamente nada de ropa, y además, no reconocía el lugar donde se encontraba.
El dolor en su cráneo se hizo más agudo. Al volver a la habitación, se encontró con el mismo estado de desnudez, pero un cuerpo masculino, totalmente desconocido para ella.
De la impresión, su aguda voz se alzó, llenando la habitación y haciéndola retumbar. Esto hizo que aquel hombre se levantara de un tirón de la cama, con clara confusión, miedo y asombro.
—¡¿Quién eres?! ¡¿Por qué estás aquí?!
Colette se cubría con una bata de baño, aferrándose a ella para guardar la poca dignidad que le quedaba.
El joven de cabello negro no entendía el motivo de los gritos de la mujer; ni siquiera sabía quién era. La miró extrañado, hasta que prestó atención a su escasa vestimenta y luego se miró a sí mismo, dándose cuenta de que estaba en casi las mismas condiciones.
¿Cómo habían llegado allí? Era una interrogante en la cabeza de ambos.
—A ver, cálmate, te lo pido. No saquemos conclusiones apresuradas.
—¡¿Eres tonto?! ¡Primero dime quién eres!
—N-nos conocimos anoche, en la fiesta del festival de Vinos y Champañas.
Por alguna razón, el de ojos verdes tartamudeaba y estaba sumamente nervioso, ya que no recordaba mucho de la noche anterior, salvo que estaban en la fiesta y comenzaron a bailar y beber.
Colette comenzaba a recordar hasta el momento en que empezó a beber, pero después de eso tenía lagunas en su memoria. Observó al de cabello negro ponerse rápidamente el pantalón y sentarse en el sillón de la esquina de la habitación.
En completo silencio, Colette se encerró en el baño y marcó un número en su teléfono. Lo que no sabía era que en la habitación, el chico hacía exactamente lo mismo.
—¿Cómo amaneció la nueva señora?
—Charlotte, déjate de bromas y dime qué demonios pasó anoche.
Recordó que no había estado sola; afortunadamente, dos de sus amigas se encontraban en esa fiesta, lo cual era un alivio.
—Primero cuéntame algo: ¿lo hicieron o te quedaste dormida?
—¡Charlotte!
La risa de la chica en el teléfono hizo que el dolor de cabeza de Colette se intensificara. Juraba que hasta le daría fiebre del coraje y la resaca.
—¡Explícame por qué estoy en la habitación de un hotel con un desconocido y por qué lo permitiste!
—A ver, en primer lugar, eres muy grande como para que esté pendiente de lo que haces, Colette. En segundo lugar, no es un desconocido, y si solo te preocupa ese detalle, llámame cuando encuentres el verdadero problema. Bye, te quiero y felicidades.
Y sin darle tiempo a réplica, colgó.
Colette quería gritar una vez más, pero se contuvo al escuchar unos golpes en la puerta. Al salir, se encontró con aquel apuesto joven, muy pálido, sosteniendo un papel.
—¿Qué es eso?
—Un certificado de...
Colette alzó una ceja, impaciente.
—¿De...?
—Es un certificado de matrimonio, y se ve completamente legal.
Colette lo tomó y, al revisarlo, casi igualó el color de piel del chico frente a ella. En aquel papel, lleno de sellos, estaban su nombre junto con su firma, el nombre que suponía que era del chico y, más abajo, los nombres y firmas de los testigos, entre los cuales conocía a una de ellas.
—¡No, no, no! —exclamó, comenzando a alterarse y caminando por la habitación con el papel aún en la mano—. ¡Tiene que ser un error! ¿Cómo puede ser posible esto?
Cayó sentada en la cama, al borde de un ataque de pánico, con lágrimas asomándose por sus ojos y la cabeza a punto de estallarle del dolor. Adrien la miró preocupado. Aunque estaban en la misma situación, no lo exteriorizó de esa manera. Sin embargo, no dudó en acercarse a la mujer y ofrecerle un abrazo reconfortante, aunque no sabía si ella lo iba a rechazar.
Colette sintió los cálidos y fuertes brazos del chico, cuyo nombre ni siquiera recordaba, pero no se apartó; solo se dejó consolar, sabiendo que él la entendía.
—Sé que todo es muy confuso y que prácticamente no nos conocemos, pero debemos tener más información respecto a lo que ocurrió.
La suave voz de aquel hombre le ayudó a calmarse, pero no estaba de acuerdo con “indagar”, como él pedía. Era obvio que aquello lo habían hecho por un impulso estúpido, causado por el alcohol y apadrinado por sus inconscientes amigos.
—No, a ver, no hay nada que indagar —se separó del chico—. Esto es completamente un error; ni siquiera sé cómo pudo ser posible si no estábamos en condiciones para tomar una decisión de esta índole.
Adrien se mantenía en silencio, ahora serio. Aunque le molestaba que la chica llamara a eso “un error”, era cierto que lo era.
—Tenemos que divorciarnos.
—¿No comprenden la gravedad del asunto? La de cabello castaño llevaba rato reprochándole a sus amigas lo sucedido días atrás con el chico llamado Adrien. Esa mañana habían acordado divorciarse, pero no podían ir directamente con sus abogados, dado que ambos tenían apariencias que debían proteger. —Si alguien descubre que estoy casada con un don nadie que conocí en una fiesta cualquiera y que me voy a divorciar, sería mi fin antes de presentarme como dueña del viñedo. Era evidente lo molesta que se encontraba, pero ninguna de sus amigas notó algún indicio de arrepentimiento. —¿Y eso en qué nos perjudica? A ver, Colette, esa noche pusimos todo nuestro empeño en detenerte, pero estabas decidida a casarte —comentó Camile mientras degustaba café con leche. —Exacto. Además, nosotras también estábamos ocupadas; ya era bastante cargar con nuestras propias borracheras. Aún no sé cómo llegué a mi casa. Charlotte, la más sincera de las tres, no conocía la palabra “vergüenza”, por lo que no
Adrien sentía cómo el sudor le corría por la frente mientras su padre lo observaba, sus ojos llenos de una mezcla de curiosidad y desconfianza. Sabía que cualquier paso en falso lo delataría. Necesitaba encontrar una manera de calmar las sospechas de Arnault sin revelar demasiado. —Es solo una amiga, papá. Estaba bromeando —dijo, forzando una sonrisa despreocupada. Arnault levantó una ceja, claramente no convencido. —¿Una amiga? ¿Con esa familiaridad? Adrien apretó la mandíbula, sintiéndose acorralado. No podía permitir que su padre indagara más. Cualquier error, y todo se vendría abajo. —Así nos llevamos, no te preocupes —replicó, intentando mantener el tono ligero mientras sentía que su pulso se aceleraba. El silencio que siguió fue aplastante. Arnault lo observaba como si pudiera leerle los pensamientos. —Está bien, hijo. Pero recuerda que tienes una reputación que proteger. —agregó con un toque de severidad. Adrien asintió, la culpa carcomiéndolo por dentro. No solo estaba
Lunes por la mañana. Adrien bostezaba por enésima vez, incapaz de ocultar el cansancio. Sus pensamientos no le habían dejado dormir, y ahora su mente estaba atrapada entre la ansiedad y la incertidumbre. Por suerte, el día no estaba cargado de tareas. Llevaba varios minutos mirando su teléfono, esperando que Colette respondiera a su propuesta o al menos le escribiera para verse. La espera lo tenía nervioso, ansioso. Pero más que eso, lo que verdaderamente le angustiaba era la posible respuesta de Colette. ¿Qué haría si ella decidía seguir adelante con el divorcio? La sola posibilidad le provocaba un dolor de cabeza. No porque quisiera una relación con ella, sino porque entonces tendría que resignarse a seguir los planes de su padre, sin poder oponerse. ¿Y si le escribía primero? No, podría parecer desesperado y no quería arriesgarse a molestarla. Para calmar su inquietud, comenzó a caminar de un lado a otro en su oficina, aunque aquello no le ayudaba en absoluto. —Oye, Adrien. —Luc
Allí estaba nuevamente, sentado en aquel café donde siempre se encontraba con Colette. La misma mesa en la esquina, la misma vista, pero esta vez no había rastro de aquella chispa de esperanza. Desde la llamada, Adrien había sentido cómo sus ánimos se desplomaban, convencido de que la respuesta de Colette no sería la que esperaba. La hora acordada llegó y, como siempre, Colette apareció puntual. —Hola, Adrien —saludó, agitada, como si hubiera llegado corriendo. —Hola. ¿Estás bien? ¿Venías corriendo? —comentó él con una sonrisa que intentaba relajar el ambiente. —Algo así —respondió ella, devolviendo la sonrisa entre risas ligeras. El silencio los envolvió de inmediato. El ambiente se volvió incómodo mientras Colette pedía un vaso de agua, y Adrien, con la mirada fija en la mesa, jugueteaba nerviosamente con sus manos. —Sobre lo que te propuse... —comenzó Adrien, sin atreverse a mirarla. —Hagámoslo —respondió Colette, sin titubear. Adrien levantó la vista, sorprendido. Ella sonr