Lunes por la mañana. Adrien bostezaba por enésima vez, incapaz de ocultar el cansancio. Sus pensamientos no le habían dejado dormir, y ahora su mente estaba atrapada entre la ansiedad y la incertidumbre. Por suerte, el día no estaba cargado de tareas.
Llevaba varios minutos mirando su teléfono, esperando que Colette respondiera a su propuesta o al menos le escribiera para verse. La espera lo tenía nervioso, ansioso. Pero más que eso, lo que verdaderamente le angustiaba era la posible respuesta de Colette. ¿Qué haría si ella decidía seguir adelante con el divorcio? La sola posibilidad le provocaba un dolor de cabeza. No porque quisiera una relación con ella, sino porque entonces tendría que resignarse a seguir los planes de su padre, sin poder oponerse.
¿Y si le escribía primero? No, podría parecer desesperado y no quería arriesgarse a molestarla. Para calmar su inquietud, comenzó a caminar de un lado a otro en su oficina, aunque aquello no le ayudaba en absoluto.
—Oye, Adrien. —Lucien entró sin previo aviso, quedándose inmóvil al ver las notables ojeras de su amigo y cómo casi se mordía una uña—. ¿Qué rayos te pasa? ¿Estás bien?
—Lucien, ¿qué voy a hacer si rechaza la propuesta? —Adrien lo miraba con una mezcla de frustración y ansiedad.
—¿De quién estamos hablando? —preguntó Lucien, visiblemente confundido. Adrien, absorto en su propio drama, no se había dado cuenta de que aún no había puesto al tanto a su amigo sobre la conversación con Colette en el café.
—Ah, es que no te conté —dijo finalmente, y Lucien, con una taza de café en mano, se dejó caer en el gran sillón como quien está listo para escuchar el mejor chisme.
Adrien no tardó mucho en ponerlo al día, explicándole lo ansioso y estresado que se sentía.
—Vamos, amigo, relájate —dijo Lucien con tono despreocupado—. ¿Acaso no te has visto? Estoy seguro de que tu cara bonita la convencerá.
Lucien intentaba aligerar la tensión que Adrien estaba acumulando con un par de bromas.
—Lo dices porque a ti te funcionó con la amiga rubia de Colette, ¿cierto? —Adrien contraatacó, ya más relajado. Sabía que Charlotte y Lucien habían empezado a salir desde la fiesta en la que se conocieron.
—¿Qué te digo? —respondió Lucien con una amplia sonrisa—. Yo sí estoy seguro de lo que este rostro puede lograr.
La broma logró que Adrien riera con libertad.
Las horas pasaron y, llegado el mediodía, ambos salieron de la oficina para almorzar en un restaurante cercano. El lugar, lujoso pero tranquilo, le permitió a Adrien respirar aire fresco, aunque estuvieran en un espacio cerrado. No había mucha gente, lo cual era perfecto. El ruido era mínimo, y el aroma de la comida le abrió aún más el apetito.
—Oye, hablemos de un caso hipotético en el que Colette acepte —dijo Lucien mientras esperaban sus órdenes—. ¿Cómo vas a explicarle a tus padres que, de repente, te casaste?
—Es un buen punto, pero solo podré pensar en eso cuando obtenga la respuesta que quiero —respondió Adrien. Y como si lo hubiera invocado, su teléfono comenzó a sonar. Era una llamada de Colette. Casi la contestó de inmediato, pero primero intentó calmar su emoción.
—Hola —dijo finalmente, con una serenidad fingida que hizo que Lucien casi se riera.
—Hola, perdón por no haberte contactado antes —respondió Colette, su voz tranquila, aunque también se notaba un toque de nerviosismo—. Me imaginé que estarías ocupado, así que esperé hasta la hora del almuerzo.
—No te preocupes. ¿Cómo estás?
—Bien... oye, te llamo para preguntarte si tienes tiempo para vernos hoy en el mismo café.
Adrien sintió una incomodidad repentina. La voz de Colette cambió de repente, como si quisiera cortar la conversación rápido.
—S-sí. ¿Te parece a la misma hora?
—Perfecto, nos vemos allá. Adiós.
Tan pronto como colgó, Adrien miró el teléfono, desilusionado.
—¿Qué pasó? ¿Qué te dijo? —preguntó Lucien, visiblemente impaciente.
—Quedamos en vernos... pero creo que va a rechazarme.
(…)
—Eres una tonta, Colette Bourgeois —se regañó a sí misma después de haberle colgado de repente a Adrien.
No sabía qué hacer. Estaba realmente nerviosa, aunque intentara aparentar lo contrario. ¿Cómo se tomaría Adrien la idea de que necesitaba ese matrimonio por conveniencia? ¿Sería buena idea decírselo? Muchas preguntas la atormentaban, además de la constante presión que su familia ejercía sobre ella.
Esa mañana había tenido una reunión con sus padres y su abuela, en la que le mostraron varios posibles candidatos para el matrimonio, como si estuvieran eligiendo la nueva etiqueta para una botella de champán. Indignada, salió corriendo de la sala principal hacia los establos, donde montó su yegua y se perdió entre los viñedos. No tenía a nadie con quien desahogarse, así que sentir el viento en el rostro mientras cabalgaba fue una especie de alivio temporal.
Entonces recordó cómo Adrien la había consolado la mañana en que despertaron juntos en el hotel. Sus brazos fuertes y musculosos la envolvieron casi por completo, alejando cualquier rastro de tristeza y vergüenza en aquel momento.
Suspiró, encontrándose ahora sentada al borde de un pequeño arroyo, abrazándose a sí misma mientras revivía aquel cálido recuerdo. No era una persona impulsiva, pero en ese momento no pudo controlar el impulso de llamarlo. Y tras esa desastrosa llamada, solo quería que la tierra se la tragara.
Sin nada más que hacer, guardó su vergüenza y se dirigió de nuevo a la casa principal. Mientras caminaba hacia su oficina, se topó con alguien a quien no tenía ninguna gana de ver.
—¡Colette! —La voz de una mujer alta y esbelta, de cabello negro corto, la detuvo. Se acercó con una sonrisa maliciosa, dándole dos falsos besos en las mejillas—. ¡Querida prima, cuánto tiempo sin verte! Te extrañé.
—Odette —Colette no se movió de su sitio. Cruzada de brazos, frunció el ceño—. No puedo decir lo mismo. No te extrañé en absoluto.
Odette soltó una carcajada burlona.
—No me sorprende en lo más mínimo —respondió, pasando la mano por su cabello de manera afectada, dejando ver un llamativo anillo en su dedo anular—. Vine a entregarte esto —añadió, extendiéndole un sobre dorado—. Es la invitación para mi boda.
Colette la miró sorprendida y, con rapidez, abrió el sobre, encontrándose con una tarjeta blanca con detalles dorados que anunciaba los nombres de los futuros esposos.
Odette tenía exactamente la misma edad que Colette, pero como hija mayor de la rama principal de los Bourgeois, estaba destinada a heredar la dirección de la familia. Sin embargo, debía casarse antes de cumplir los treinta o el puesto pasaría a la hija mayor de la segunda rama... y esa era Odette, quien ahora estaba a punto de casarse.
—Tik tok, primita. Hasta aquí llegó tu reinado —se despidió Odette con una sonrisa cruel antes de marcharse, riendo.
Colette necesitaba hablar con Adrien. Ya había tomado una decisión.
Allí estaba nuevamente, sentado en aquel café donde siempre se encontraba con Colette. La misma mesa en la esquina, la misma vista, pero esta vez no había rastro de aquella chispa de esperanza. Desde la llamada, Adrien había sentido cómo sus ánimos se desplomaban, convencido de que la respuesta de Colette no sería la que esperaba. La hora acordada llegó y, como siempre, Colette apareció puntual. —Hola, Adrien —saludó, agitada, como si hubiera llegado corriendo. —Hola. ¿Estás bien? ¿Venías corriendo? —comentó él con una sonrisa que intentaba relajar el ambiente. —Algo así —respondió ella, devolviendo la sonrisa entre risas ligeras. El silencio los envolvió de inmediato. El ambiente se volvió incómodo mientras Colette pedía un vaso de agua, y Adrien, con la mirada fija en la mesa, jugueteaba nerviosamente con sus manos. —Sobre lo que te propuse... —comenzó Adrien, sin atreverse a mirarla. —Hagámoslo —respondió Colette, sin titubear. Adrien levantó la vista, sorprendido. Ella sonr
La presión en su cabeza era un claro indicio de la resaca que padecía. Sus pesados párpados luchaban por abrirse, muchas veces en vano, y cuando finalmente lo logró, agradeció que las cortinas de la habitación bloquearan cualquier rayo de luz que pudiera afectar su ya acostumbrada vista a la oscuridad. Colette se mantenía boca abajo en la cama, con un brazo colgando al borde, casi tocando el suelo. Con lentitud, se levantó y se dirigió al baño. Al mirarse en el espejo, se percató de que no llevaba absolutamente nada de ropa, y además, no reconocía el lugar donde se encontraba. El dolor en su cráneo se hizo más agudo. Al volver a la habitación, se encontró con el mismo estado de desnudez, pero un cuerpo masculino, totalmente desconocido para ella. De la impresión, su aguda voz se alzó, llenando la habitación y haciéndola retumbar. Esto hizo que aquel hombre se levantara de un tirón de la cama, con clara confusión, miedo y asombro. —¡¿Quién eres?! ¡¿Por qué estás aquí?! Colette se
—¿No comprenden la gravedad del asunto? La de cabello castaño llevaba rato reprochándole a sus amigas lo sucedido días atrás con el chico llamado Adrien. Esa mañana habían acordado divorciarse, pero no podían ir directamente con sus abogados, dado que ambos tenían apariencias que debían proteger. —Si alguien descubre que estoy casada con un don nadie que conocí en una fiesta cualquiera y que me voy a divorciar, sería mi fin antes de presentarme como dueña del viñedo. Era evidente lo molesta que se encontraba, pero ninguna de sus amigas notó algún indicio de arrepentimiento. —¿Y eso en qué nos perjudica? A ver, Colette, esa noche pusimos todo nuestro empeño en detenerte, pero estabas decidida a casarte —comentó Camile mientras degustaba café con leche. —Exacto. Además, nosotras también estábamos ocupadas; ya era bastante cargar con nuestras propias borracheras. Aún no sé cómo llegué a mi casa. Charlotte, la más sincera de las tres, no conocía la palabra “vergüenza”, por lo que no
Adrien sentía cómo el sudor le corría por la frente mientras su padre lo observaba, sus ojos llenos de una mezcla de curiosidad y desconfianza. Sabía que cualquier paso en falso lo delataría. Necesitaba encontrar una manera de calmar las sospechas de Arnault sin revelar demasiado. —Es solo una amiga, papá. Estaba bromeando —dijo, forzando una sonrisa despreocupada. Arnault levantó una ceja, claramente no convencido. —¿Una amiga? ¿Con esa familiaridad? Adrien apretó la mandíbula, sintiéndose acorralado. No podía permitir que su padre indagara más. Cualquier error, y todo se vendría abajo. —Así nos llevamos, no te preocupes —replicó, intentando mantener el tono ligero mientras sentía que su pulso se aceleraba. El silencio que siguió fue aplastante. Arnault lo observaba como si pudiera leerle los pensamientos. —Está bien, hijo. Pero recuerda que tienes una reputación que proteger. —agregó con un toque de severidad. Adrien asintió, la culpa carcomiéndolo por dentro. No solo estaba