67. SUFRIMIENTOS.
Arthur.El sonido de la máquina monitoreando los latidos de Lía resonaba en la habitación, una sinfonía mecánica que me mantenía al borde del abismo. Allí estaba, con mi corazón en mil pedazos, rogándole a Dios por un milagro. No podía perderla, no ahora, no después de todo lo que habíamos vivido juntos. Al final, él médico me había dado el consentimiento para entrar y, con cada paso, sentía que me desmoronaba un poco más. Su mirada, aunque cansada, me buscaba, y cuando la encontré, logré esbozar una sonrisa débil, tratando de transmitirle una fuerza que en realidad no tenía.—No vas a morir, Lía —declare con un hilo de voz—. No puedes. Por nuestro hijo, por mí, por tus padres, las gemelas... Te amo y te necesitoElla tomó mi mano con la poca fuerza que le quedaba y me miró directamente a los ojos. Podía ver el miedo en su rostro, pero también una especie de paz que me destrozaba.—Arthur, si algo pasa… —comenzó, pero no la dejé continuar.—No digas eso. No va a pasar nada. Vas a sali
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