Zeus, la imponente forma de lobo de David, apareció en el centro de la sala de la mansión en una transformación instantánea. Su rugido resonó con una fuerza que hizo temblar las paredes, y todos los lobos a su servicio, al sentir la intensidad de su furia, se apresuraron a presentarse ante él con la cabeza baja en señal de sumisión. La ira del Alfa era un torrente imparable, y en su conexión mental, transmitió un mensaje firme, cargado de autoridad:—¿Quién se atrevió a quitar las cosas de mi Luna? —bramó, su voz colmada de furia—. Quiero todo en su lugar inmediatamente. Y a quien no le guste, que se vaya. Esta es la casa de la Luna, Amira Gutiérrez, y de nadie más.Los empleados, transformados en lobos, murmuraban nerviosos y retrocedían bajo el impacto de su aura, temiendo el peso de su enojo. Una loba anciana, que había presenciado la escena inicial y conocía al verdadero culpable de ese ultraje, se adelantó con precaución. Con voz temblorosa, pero llena de intención, se disculpó,
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