David abrió la puerta del Lamborghini negro, y Amira subió con total naturalidad, sin mostrar signos de incomodidad, aunque la tensión era palpable. Él rodeó el auto, se acomodó en el asiento del conductor y encendió el motor, poniéndose en marcha rumbo al departamento de Amira. El silencio los envolvía, solo interrumpido por el suave ronroneo del motor. Amira fue la primera en romperlo.—Sr. Stone, yo...—David, dígame David —la interrumpió con suavidad, tratando de sonar casual, aunque el dolor de verla levantar nuevamente sus defensas lo atravesaba—. Trabajamos juntos, y quiero que no seamos tan formales, por favor.Amira asintió y continuó. —Bueno, David. Puede decirme Amira, y así estamos parejos. —Hubo un leve amago de sonrisa en su rostro, pero la incomodidad seguía ahí, latente. Ella respiró hondo y se armó de valor para continuar—. Quiero hacerle unas preguntas, y, por favor, no me lleve todavía a mi casa. Conversemos, ¿sí?David sintió un vuelco en el corazón, casi frena el
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