No podía soportar la imagen de mi hermana conectada a todos esos aparatos. Mis padres la cuidaban mientras Fabián les explicaba con detalles la recaída que había tenido; sus glóbulos rojos habían bajado drásticamente. Yo fui su donador, ya que mi padre no podía por su historial médico y mi madre no se opuso.Maia parecía un ángel, dormida, con esa gran máquina transfiriéndole mi sangre. Pavel se mantenía al margen, pero su preocupación era evidente. Le di un beso, a mi hermanita y, peiné su cabello y, antes de salir, mi padre me detuvo.—Al amanecer, nos iremos a Hong Kong. No dejaré que ese bicho le gane la batalla. Si pudieron curarme a mí cuando ya no había esperanza, pueden sanar a mi pequeña. Quedas a cargo, cuida de las empresas, Izan, y de tu hija. Actúa bien, hijo —me dio un abrazo y palmeó mi mejilla—. ten la llave de mi coche y envía a recogerlo a casa de tu tío.Izan miró a su madre, que solo sollozaba, aferrada a la mano de su hermana.—Los llevaré al aeropuerto, si Izan
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