Habían compartido besos, contacto, susurros y jadeos, y Owen quería compartir su cama con ella. La llevó de la mano, le ofreció su baño y la esperó en la cama. De nuevo, corrió las cobijas para que ella se acomodara a su lado, y de nuevo, Anna lo hizo, pegándose a su cuerpo.De a poco, Anna se estaba convirtiendo en la primera mujer en muchas cosas en la vida de Owen: en estar en su casa, en conocer y jugar con su hija, en compartir su cama. La tenía en sus brazos, escuchando cómo respiraba suavemente, sintiendo la piel cálida de sus piernas enredadas con las suyas.Nunca anticipó que un “arreglo” podría darle tanto. Con ella alrededor, se olvidaba de las penas; los recuerdos dolorosos parecían desvanecerse. Recordó cómo actuó decidida esa noche de la fiesta, cómo ni siquiera dudó en proteger a Eva de la aparición de Elena, y cómo le cerró la puerta en la cara a esa sabandija.Admiración era lo que Anna provocaba: luchaba sin detenerse, sin agachar la cabeza, y sacaba fuerzas invisibl
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