A las cinco en punto, mientras los empleados comenzaban a abandonar el edificio, Owen esperaba en la entrada a su hija.En cuanto la pequeña bajó del coche de la mano de su abuela y lo vio, corrió hacia él con la alegría de siempre.—¡Papá! —lo saludó, estirando sus bracitos al aire para que Owen la cargara.—Hola, preciosa —respondió mientras la niña lo abrazaba del cuello. —Gracias por traerla, mamá —dijo, dándole un beso en la mejilla.—No es nada, hijo. Pero no te quedes hasta tarde —añadió, entregándole el bolso de Eva.Subieron en el ascensor, y Eva le contaba con lujo de detalles cada dibujo que había hecho con las acuarelas que su abuela le regaló. El abuelo Dolfo, el padre de Owen, la había sorprendido con una hermosa muñeca que ella llevaba en su bolso.—¿Una casa con bloques? —preguntó Owen, ya en el piso superior.—Sí, papá. Tenía una ventana rosa y puse los animalitos afuera…Eva era la única constante en la vida de Owen. Con ella, podía ser él mismo: reír, correr por el
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