Capítulo 3. Muerta de miedo
Priscila no pensó mucho en que decirles a esos rufianes, para que la dejaran en paz, ya que apenas se había alejado un poco de aquel individuo. Observó un árbol de gran magnitud, mientras lo señalaba, y decía: detrás de ese árbol puede ser, con permiso, y estaba a punto de tomar su camino. Sin embargo, no se percató de que todavía tenía sus dos manos atadas.Ella apenas se dio cuenta de esto, dijo, pero antes de irme, por favor me pueden desatar mis manos, ya que estando de esta forma es muy difícil bajarme los pantalones.Aquel hombre que le decían orejas comentó, ¿y tú nos crees estúpido, o qué?, ¿acaso, crees que te vamos a dejar ir sola?, si quieres hacer tus necesidades, te va a tocar hacerla delante de nosotros.Priscila no se esperaba esto, ya que ella lo único que pretendía hacer cuando estuviera fuera de la mirada de esos tipos era echar a correr como alma que lleva el diablo y sin mirar atrás. Aunque sí tenía un poco de ganas de orinar, pero esta se la podía aguantar hasta c
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