Luciana se acurrucó en el pecho de Vicente, sollozando con dramatismo.—¡Cariño, ella es tan grosera! ¡Tengo miedo!—No te preocupes, mi amor, estoy aquí para cuidarte —respondió Vicente, siguiendo el juego.—¡Maldita sea, eres una descarada que se mete con hombres ajenos! ¡Zorra! —La mujer, fuera de sí de la furia, levantó la mano para abofetear a Luciana.Pero la bofetada resonó en la cara de Vicente, que se interpuso justo a tiempo. La mujer, atónita, exclamó:—¿De verdad la proteges así?Con una expresión sombría y apretando los dientes, Vicente se mantuvo firme.—Por supuesto que la protejo, es mi mujer. ¿Y quién te crees para levantarle la mano? ¡Lárgate de aquí!—¡Muy bien, Vicente Mayo, ya verás! —gritó la mujer, entre lágrimas, antes de salir corriendo.Luciana soltó un largo suspiro de alivio y dejó de llorar, mirando a Vicente con exasperación.—¿Ya estuvo?Sólo ella sabía lo nerviosa que estaba por dentro.Vicente, con su típico descaro, le sonrió y la abrazó por los hombro
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