Althea Pablo no era un bebé cansón. Ayer en la noche, a las 9 en punto, le di su biberón para que duerma, y lo hizo derecho. Me levanté a las cinco de la mañana para organizarme y poder atender todo rápidamente y poder llamar a mi abuela.—Abu, perdón, por fin tengo tiempo para hablar.—No te preocupes, mijita, antes cuéntame cómo te ha ido —Le empiezo a contar todo, como era mi jefe, lo que tendría que hacer y demás.—¿Y te pagan bien?—Sí, me van a pagar muy bien. Además, me dejarán vivir aquí, no me tendré que preocupar demasiado por eso.—Menos mal, tu mamá por fin podrá descansar.—¿Estaba sospechando?—Sí, bastante. Me empezó a interrogar sobre por qué cambiaste de trabajo.—Bueno, al menos ya no tendré que mentir más.—Tus hermanos están peor, quieren hablar contigo, pero sus horarios no se sincronizan cuando llamas.—Trataré de llamar cuando ellos lleguen a la casa luego de estudiar.—Por favor —Río porque mis hermanos eran unos intensos que se preocupaban por su hermana mayo
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