Enamórate perdidamente
Enamórate perdidamente
Por: Fer
Parte 1

Althea

Decidir viajar a un nuevo lugar era de las cosas que más me llenaba de ansiedad, no estaba segura si estaba preparada para eso, pero ya me había subido al avión, ya había llorado junto con mi familia. 

Era hora de animarme y seguir con mi sueño, de ser algo más en la vida, de no quedarme en la misma zona toda mi vida, por fin haría esto realidad, lo iba a conseguir. 

—Mierda —murmuré mientras reflexionaba sobre mi primera semana en España. A pesar de mis esfuerzos por obtener empleo, me enfrentaba a la realidad desalentadora de que nadie estaba dispuesto a ofrecerme nada. Quizás la resistencia provenía del agotamiento general hacia los inmigrantes, pero yo me había asegurado de seguir todos los procedimientos legales para obtener un pasaporte de trabajo.

El temor a ser deportada me llevó a hacer todo correctamente, pero descubrí que eso también implicaba derechos sobre mis pagos, algo que no parecía ser bien recibido. La frustración crecía a medida que mi situación financiera se volvía más precaria. En ese momento, me sentí atrapada entre la legalidad y la resistencia a aceptar a alguien como yo.

Me senté en una banca mientras tomaba un zumo de naranja. Extrañaba mi país más de lo que nadie podía entender. Hablaba con mi familia todas las noches, tratando de no asustarlos al contarles que no había conseguido trabajo y que mis ahorros se estaban agotando. Pero cada vez estaba más corta de presupuesto y la señora con la que vivía me odiaba.

Todo estaba verdaderamente como una m****a, pero no me podía rendir. Me había esforzado mucho para desperdiciar estas oportunidades. Me levanté de la banca del parque para volver a ese pequeño apartamento que me había hospedado, aunque las cosas iban tan mal que probablemente me echarían de ahí.

—¡Últimas noticias! La familia Salvatore busca niñera —me giré para ver al individuo con periódico en mano. ¿Quiénes eran ellos y por qué la gente se emocionaba? La duda me ganó y compré un periódico, agradecida de que estuviera en español y no en catalán.

Empecé a leer los titulares rápidos hasta que llegué a la sección de empleos. Dudé unos segundos, pero llamé de inmediato para pedir una entrevista. Cuando me dijeron que sería hoy en la tarde, se me bajó hasta la presión.

—¿Cómo es su nombre? —preguntó el hombre detrás de la bocina.

—Althea, Althea Salazar.

—Muy bien, Althea. La entrevista es a las 4.

—¿A las 4? —hablé para confirmar nuevamente la hora.

—Sí, señorita —era la primera vez que me decían así.

—Listo, ¿en qué dirección?

—En el edificio principal Salvatore —¿y dónde quedaba eso? Tendría que investigar apenas pudiera.

—Está bien, muchas gracias —respondí, temblando cuando colgué. ¿Iba a poder conseguir empleo? Me conformaba con ganar el salario mínimo.

No tenía experiencia, tal vez eso podía influir, pero yo tenía fe en que tal vez podría lograr algo. Con esa esperanza, llegué a donde me estaba quedando, un lugar pequeño, pero apenas para mí sola, que no tenía nada.

Saqué mi portátil y me puse a investigar todo sobre Salvatore. Había mucha información, más que todo chisme. No confiaba casi en eso porque los periodistas son personas muy amarillistas y era ver para creer.

El heredero Salvatore, Leonardo, me llevaba casi diez años. Tenía un hijo de tres años, y no había mucha información, lo cual admiraba, ya que los niños no deberían ser expuestos a los medios a temprana edad. En los chismes hablaban de otro bebé, pero no había nada concreto, simplemente eran habladurías de los medios.

Mi celular empezó a vibrar. Era mi abuela. Le contesté mientras seguía investigando.

—Holis, abuela —respondí como siempre, escuchando su risa.

—Ni siquiera por allá lejos dejas de ser tú.

—Claro que no, tú sabes cómo soy.

—Lo sé, ¿cómo te ha ido estos días? ¿Has podido conseguir empleo? —mi abuela era la única a la que le contaba todo, incluso que estaba desempleada.

—Hoy tengo una entrevista. Espero que se pueda dar.

—Ay, mijita, yo voy a prender una velita para que consigas ese trabajo —sonrió, recordando siempre que me iba a pasar algo importante, me decía eso.

—Entonces iré con total fe.

—Así me gusta. Tú eres muy echada para adelante. No te rindas que yo estoy muy orgullosa de ti —no pude evitar sentir una alegría inmensa al escucharla.

—Gracias, abuela. Gracias por siempre estar conmigo.

—Siempre, mi niña —colgamos la llamada, porque empezaba su telenovela y yo debía correr para llegar a tiempo.

Necesitaba ir en autobús. Estaba yendo con una hora de anticipación por si llegaba a perderlo, cosa que sucedió y tuve que preguntar. Aquí no era la norma hacer eso; podían pensar mal de ti, pero al verme tan desesperada, un hombre mayor me ayudó, y llegué 10 minutos antes de la cita acordada.

—Buenas —saludé a la recepcionista del edificio. Era una chica muy linda, aunque yo siempre había dicho que los europeos eran lindos, ella lo era mucho más. Sin embargo, su actitud quitó todo lo bonito.

—¿Qué necesita? —enarqué una ceja. Me estaba enojando, pero no tenía derecho a hacerlo, así que respiré profundo para no mandarla a comer m****a.

—Vine para postularme como niñera —su actitud no cambió.

—Llené este formulario y será llamada en unos días.

—Yo tengo una cita a las 4 —dije amablemente, pero ella me volvió a tirar el papel con el bolígrafo para señalar donde había un montón de mujeres, llenando ese mismo formulario. ¿Debí madrugar más?

—Althea Salazar —escuché mi nombre cuando estaba a punto de rendirme y levanté mi mirada para buscar quién me llamaba. Nuestros ojos se cruzaron y quedé totalmente sorprendida. Ese hombre era demasiado lindo. Mi madre se volvería loca al ver esa belleza. Era castaño claro, debía medir alrededor de 1.85, sus ojos eran cafés tirando a mieles, y su traje lo hacía ver muy alto y lindo.

—Soy yo —dije un poco tímida.

—Ven —me llevaría hacia los ascensores. Todos me estaban mirando, y la secretaria se interpone.

—Señor, esta señora dijo que se iba a postular como niñera. No puede pasar así —una mirada fría.

—No deberías hacer preguntas innecesarias —siguió derecho mientras yo lo seguía.

¿Él era Leonardo Salvatore? No se parecía en nada a las fotos que había tratado de recolectar. Un silencio incómodo se instaló. Me quedé callada mientras subíamos y nos bajamos en el último piso, una sola oficina aquí.

—El señor Salvatore la atenderá —me indicó para que entrara en la oficina. Hice lo que me dijo y vi a un hombre que levantó su vista. Santa pacha bendita, creo que acabo de conocer al hombre más guapo de este mundo.

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