Parte 3

Althea 

—Estás contratada —Respiro profundo, mientras mis manos tiemblan. ¡Lo había conseguido!

—Muchas gracias —Sonrío mostrando todos mis dientes a ese hombre que era jodidamente sexy. Dios mío, cierro los ojos para no imaginar el montón de cosas que mi mente se llenó.

Había visto muchos hombres guapos, pero este hombre era otro nivel en cuanto a belleza. Y se le veía por encima que era inteligente y que tenía buen corazón. Supongo que era serio por los rumores que giraban en torno a él.

—¿Cuándo puedes empezar?

—¿Hoy? —Él enarca una ceja—. No tenía trabajo y mis ahorros se estaban acabando.

—¿Dónde te estás quedando? —¿Dónde me estaba quedando? Veo de reojo cómo da una media sonrisa, de manera burlona, porque se notaba por encima que no sabía ni dónde estaba parada.

—No sé —Digo bajando la cabeza, levanto mi cabeza sorprendida cuando siento cómo pone suavemente su mano en mi cabello y lo acaricia.

—No te preocupes, la idea es que vivas en la mansión —Mis ojos se abren de par en par, siempre me habían dicho que tenía grandes ojos y que era bastante expresiva, por su media sonrisa podía confirmarlo—. ¿Es un problema?

—No, ¿pero no genera problemas?

—Para nada, el más pequeño sigue llorando bastante, entonces si me puedes ayudar con eso, sería grandioso —Mira el reloj—. Te enviaré con mi secretario para que te ayude a recoger las cosas, ya si tienes cosas más grandes, ¿podrías esperar hasta mañana?

Me quedo unos segundos recordando todo lo que tengo; en realidad, no tenía nada grande. Lo único que tenía era ropa y mis dispositivos electrónicos.

—No, no tengo cosas grandes —Le respondo, él mira de reojo hacia atrás, pero solo asiente para no decir más. ¿Qué había mirado?

—Te veré en unas horas —Llama al secretario, Marini, supongo que era el apellido. Le indica todo lo que debe hacer; este me mira de reojo y solo asiente ante su jefe.

Cuando llegamos donde me estaba quedando, escucho cómo la señora que me estaba arrendando me estaba hablando en catalán, pero no entendía lo que decía. Entonces, le hablo en español.

—Hoy será el último día que viva aquí. Dígame cuánto le debo pagar —Informo cuando saludo y voy directo a la pequeña habitación. Empiezo a guardar todo con cuidado, doblando la ropa correctamente. Puedo sentir cómo el secretario está hablando con la señora en catalán. Cuando estaba a punto de terminar de empacar lo último, se pone en el marco de la puerta. Así se veía casi al mismo nivel de belleza que mi jefe.

—¿Siempre habías aguantado que te insultara?

—¿Lo estuvo haciendo? —Lo miro de reojo; me mira con una ceja enarcada—. Uno peca por ignorante, no entendía correctamente lo que decía. Por el tono de voz, pude deducir que me estaba diciendo cosas no muy lindas, pero necesitaba donde quedarme.

—Deberían existir mejores lugares.

—Vine con lo justo, creyendo de forma inocente que tendría un trabajo rápido, pero como en cualquier país, uno no es muy querido y querían que metiera mi tiempo y mi todo por muy poco dinero.

—Si lo necesitas, harías cualquier cosa —Niego con la cabeza para cerrar la maleta.

—No, no sería capaz de ser una prostitut* —Le digo mirándolo—. Ya terminé, espera, voy a pagar.

—No lo tienes que hacer, ya arreglé con ella —Suspiro, sentía que estaba dando problemas—. El jefe dijo que debía solucionar todo, para que pudiera empezar correctamente.

—Bien, muchas gracias —Agarro la maleta con fuerza para bajar las escaleras; estaba en un tercer piso y no estaba segura de por qué esta arquitectura hacía ver tantas escaleras. Marini me quita la maleta y me ayuda a bajarla hasta el primer piso donde la señora nos mira a lo lejos, no dice nada.

—No te preocupes, la ventaja de trabajar para un Salvatore es que todos le tienen respeto.

—Bueno, eso es vivir en el primer mundo.

—¿De dónde eres, Althea? —Lo miro unos segundos, dudando en decirle la verdad, pero recuerdo que pueden rastrear todo de mí.

—Colombia, pero no soy narcotraficant*, tampoco me prostituirí* ni nada parecido —Él suelta una leve risa mientras mete la maleta y me deja ingresar al auto.

—Bueno, no había pensado en eso, pero lo tomaré en cuenta.

—No sabes cómo es de complicado decir que eres colombiana y paisa —Él me mira confundido por eso último—. Soy de Medellín, donde estaba normalizado todo eso.

No me dice nada más; puedo ver cómo pasan las casas de esos estratos bajos, hasta la media y terminar por el alto y muy alto. Abro mi boca sorprendida por esa casa tan gigante que estaba presenciando. Sí, ni en mis sueños, habría creído trabajar aquí.

Mi celular empieza a sonar; era mi abuela, se había pasado un poco la hora para llamarla.

—Abuela, holis —Es lo primero que digo cuando contesto la llamada.

—¿Usted por qué no me llamó? Pensé que le había pasado algo.

—Conseguí trabajo.

—Esa es mi niña, podrás conseguir un mejor lugar para vivir —A lo lejos veo cómo Salvatore está en el marco de la puerta con dos empleados más a sus costados.

—Abu, ahorita, te llamo que estoy terminando de organizar todo y está un poco tarde para ti, deberías estar durmiendo.

—Ay, es que no era capaz de dormir sin tu llamada, pero ya sé que estás bien. Entonces, le diré a tu mamá que estás bien —Mierda, se había olvidado llamar a mi mamá estos últimos días.

—Dale, te llamo más tarde —Cuelgo para ver a mi jefe—. Lo siento.

—¿Tu familiar?

—Sí, mi abuela —Le respondo a mi jefe; él asiente para dejarme entrar a la casa. Dios, todo era bellísimo.

¿Todos los ricos de Europa podían darse el lujo de vivir en algo así? La maleta se pone a mi lado, le doy las gracias a Marini y me empiezan a mostrar por encima el lugar. Escuchó un fuerte llanto; por las caras de los empleados, estaban totalmente agotados. Tal vez por eso no lo iban a tratar de la mejor forma.

—Yo iré —Les digo para seguir el llanto del bebé; estaba en el segundo piso, una habitación un poco pequeña comparando las demás—. Hola, pequeño —Le hablo suavemente; su llanto era demasiado agudo, pero era normal. Me fijo en su pañal; estaba lleno, pero no del 2.

Cuando termino de cambiarlo, ya no lloraba tanto. Lo agarro con cuidado, seguía siendo un bebé que a lo mucho debía tener tres semanas de nacido. En ese momento, entra Salvatore a la habitación.

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