Althea
—Estás contratada —Respiro profundo, mientras mis manos tiemblan. ¡Lo había conseguido!
—Muchas gracias —Sonrío mostrando todos mis dientes a ese hombre que era jodidamente sexy. Dios mío, cierro los ojos para no imaginar el montón de cosas que mi mente se llenó.
Había visto muchos hombres guapos, pero este hombre era otro nivel en cuanto a belleza. Y se le veía por encima que era inteligente y que tenía buen corazón. Supongo que era serio por los rumores que giraban en torno a él.
—¿Cuándo puedes empezar?
—¿Hoy? —Él enarca una ceja—. No tenía trabajo y mis ahorros se estaban acabando.
—¿Dónde te estás quedando? —¿Dónde me estaba quedando? Veo de reojo cómo da una media sonrisa, de manera burlona, porque se notaba por encima que no sabía ni dónde estaba parada.
—No sé —Digo bajando la cabeza, levanto mi cabeza sorprendida cuando siento cómo pone suavemente su mano en mi cabello y lo acaricia.
—No te preocupes, la idea es que vivas en la mansión —Mis ojos se abren de par en par, siempre me habían dicho que tenía grandes ojos y que era bastante expresiva, por su media sonrisa podía confirmarlo—. ¿Es un problema?
—No, ¿pero no genera problemas?
—Para nada, el más pequeño sigue llorando bastante, entonces si me puedes ayudar con eso, sería grandioso —Mira el reloj—. Te enviaré con mi secretario para que te ayude a recoger las cosas, ya si tienes cosas más grandes, ¿podrías esperar hasta mañana?
Me quedo unos segundos recordando todo lo que tengo; en realidad, no tenía nada grande. Lo único que tenía era ropa y mis dispositivos electrónicos.
—No, no tengo cosas grandes —Le respondo, él mira de reojo hacia atrás, pero solo asiente para no decir más. ¿Qué había mirado?
—Te veré en unas horas —Llama al secretario, Marini, supongo que era el apellido. Le indica todo lo que debe hacer; este me mira de reojo y solo asiente ante su jefe.
Cuando llegamos donde me estaba quedando, escucho cómo la señora que me estaba arrendando me estaba hablando en catalán, pero no entendía lo que decía. Entonces, le hablo en español.
—Hoy será el último día que viva aquí. Dígame cuánto le debo pagar —Informo cuando saludo y voy directo a la pequeña habitación. Empiezo a guardar todo con cuidado, doblando la ropa correctamente. Puedo sentir cómo el secretario está hablando con la señora en catalán. Cuando estaba a punto de terminar de empacar lo último, se pone en el marco de la puerta. Así se veía casi al mismo nivel de belleza que mi jefe.
—¿Siempre habías aguantado que te insultara?
—¿Lo estuvo haciendo? —Lo miro de reojo; me mira con una ceja enarcada—. Uno peca por ignorante, no entendía correctamente lo que decía. Por el tono de voz, pude deducir que me estaba diciendo cosas no muy lindas, pero necesitaba donde quedarme.
—Deberían existir mejores lugares.
—Vine con lo justo, creyendo de forma inocente que tendría un trabajo rápido, pero como en cualquier país, uno no es muy querido y querían que metiera mi tiempo y mi todo por muy poco dinero.
—Si lo necesitas, harías cualquier cosa —Niego con la cabeza para cerrar la maleta.
—No, no sería capaz de ser una prostitut* —Le digo mirándolo—. Ya terminé, espera, voy a pagar.
—No lo tienes que hacer, ya arreglé con ella —Suspiro, sentía que estaba dando problemas—. El jefe dijo que debía solucionar todo, para que pudiera empezar correctamente.
—Bien, muchas gracias —Agarro la maleta con fuerza para bajar las escaleras; estaba en un tercer piso y no estaba segura de por qué esta arquitectura hacía ver tantas escaleras. Marini me quita la maleta y me ayuda a bajarla hasta el primer piso donde la señora nos mira a lo lejos, no dice nada.
—No te preocupes, la ventaja de trabajar para un Salvatore es que todos le tienen respeto.
—Bueno, eso es vivir en el primer mundo.
—¿De dónde eres, Althea? —Lo miro unos segundos, dudando en decirle la verdad, pero recuerdo que pueden rastrear todo de mí.
—Colombia, pero no soy narcotraficant*, tampoco me prostituirí* ni nada parecido —Él suelta una leve risa mientras mete la maleta y me deja ingresar al auto.
—Bueno, no había pensado en eso, pero lo tomaré en cuenta.
—No sabes cómo es de complicado decir que eres colombiana y paisa —Él me mira confundido por eso último—. Soy de Medellín, donde estaba normalizado todo eso.
No me dice nada más; puedo ver cómo pasan las casas de esos estratos bajos, hasta la media y terminar por el alto y muy alto. Abro mi boca sorprendida por esa casa tan gigante que estaba presenciando. Sí, ni en mis sueños, habría creído trabajar aquí.
Mi celular empieza a sonar; era mi abuela, se había pasado un poco la hora para llamarla.
—Abuela, holis —Es lo primero que digo cuando contesto la llamada.
—¿Usted por qué no me llamó? Pensé que le había pasado algo.
—Conseguí trabajo.
—Esa es mi niña, podrás conseguir un mejor lugar para vivir —A lo lejos veo cómo Salvatore está en el marco de la puerta con dos empleados más a sus costados.
—Abu, ahorita, te llamo que estoy terminando de organizar todo y está un poco tarde para ti, deberías estar durmiendo.
—Ay, es que no era capaz de dormir sin tu llamada, pero ya sé que estás bien. Entonces, le diré a tu mamá que estás bien —Mierda, se había olvidado llamar a mi mamá estos últimos días.
—Dale, te llamo más tarde —Cuelgo para ver a mi jefe—. Lo siento.
—¿Tu familiar?
—Sí, mi abuela —Le respondo a mi jefe; él asiente para dejarme entrar a la casa. Dios, todo era bellísimo.
¿Todos los ricos de Europa podían darse el lujo de vivir en algo así? La maleta se pone a mi lado, le doy las gracias a Marini y me empiezan a mostrar por encima el lugar. Escuchó un fuerte llanto; por las caras de los empleados, estaban totalmente agotados. Tal vez por eso no lo iban a tratar de la mejor forma.
—Yo iré —Les digo para seguir el llanto del bebé; estaba en el segundo piso, una habitación un poco pequeña comparando las demás—. Hola, pequeño —Le hablo suavemente; su llanto era demasiado agudo, pero era normal. Me fijo en su pañal; estaba lleno, pero no del 2.
Cuando termino de cambiarlo, ya no lloraba tanto. Lo agarro con cuidado, seguía siendo un bebé que a lo mucho debía tener tres semanas de nacido. En ese momento, entra Salvatore a la habitación.
Leonardo Mostrarle la casa a Althea había sido bastante sencillo; era seria y miraba todo a su alrededor, tratando de recordar en su cabeza. No pude evitar mirar todos sus atributos, cuando dijo que no tenía nada grande, no pude evitar ver su traser*. No era una mujer bajita; debía medir alrededor de 1.70 y seguía teniendo lugares que eran grandes, se veía que había sido cotizada en su país. No estaba segura de dónde era, pero eso no quitaba su belleza.Cuando el menor de mis hijos, Pablo, empezó a llorar, ella fue quien tomó la palabra y fue por él. No pasaron más de cinco minutos para que su llanto fuerte terminara en sollozos pequeños. Al entrar a la habitación, ella lo tenía en sus brazos, diciéndole cosas bonitas; nuestras miradas se cruzaron.—Tenía el pañal muy lleno, no lo han cambiado como debían —Cierro los ojos mientras me toco el puente de la nariz. Sabía que a los demás empleados no les agradaba para nada, el menor, pero no pensé que harían eso.—Yo me encargo.—Tengo un
Althea Pablo no era un bebé cansón. Ayer en la noche, a las 9 en punto, le di su biberón para que duerma, y lo hizo derecho. Me levanté a las cinco de la mañana para organizarme y poder atender todo rápidamente y poder llamar a mi abuela.—Abu, perdón, por fin tengo tiempo para hablar.—No te preocupes, mijita, antes cuéntame cómo te ha ido —Le empiezo a contar todo, como era mi jefe, lo que tendría que hacer y demás.—¿Y te pagan bien?—Sí, me van a pagar muy bien. Además, me dejarán vivir aquí, no me tendré que preocupar demasiado por eso.—Menos mal, tu mamá por fin podrá descansar.—¿Estaba sospechando?—Sí, bastante. Me empezó a interrogar sobre por qué cambiaste de trabajo.—Bueno, al menos ya no tendré que mentir más.—Tus hermanos están peor, quieren hablar contigo, pero sus horarios no se sincronizan cuando llamas.—Trataré de llamar cuando ellos lleguen a la casa luego de estudiar.—Por favor —Río porque mis hermanos eran unos intensos que se preocupaban por su hermana mayo
Leonardo El ambiente en la mansión había cambiado en solo unas horas. Me sorprendió que Matteo aceptara tan rápido a Althea; quizás era porque ella era muy tranquila y relajada con los niños.Había visto cómo le explicó a mi hijo mayor cómo bañar al más pequeño y lo había puesto un poco a hacerlo. También llamó a su abuela para preguntarle si era algo normal en el bebé, luego le explicó a Matteo todo con detalles.—Señor, debemos contratar más empleados por los que ha despedido —asiento ante lo que dice mi secretario, me da una carpeta llena de gente con experiencia que se había postulado.A la hora del almuerzo, comienzo a buscar a mi hijo. Lo encuentro en la habitación de la niñera, estaba hablando con gente que tenía acento colombiano.—Mijita, ¿ese niño es el que cuidas?—Sí, mamá —la voz de Althea.—Es todo bonito, todo blanquito, con ojos grandes y pestañas lo más de bonitas.—Lo sé, parece un muñequito —ella le agarra las mejillas y le da un beso en la frente.—¿Y el bebé?—Es
Althea Al salir al aire fresco del jardín, sentí cómo una ola de tranquilidad me envolvía. Los colores vibrantes de las flores y el suave murmullo de las hojas creaban una atmósfera relajante y acogedora. Me agaché junto a Matteo para mirar las flores de cerca.—¿Ves estas flores, Matteo? Son hermosas, ¿verdad? —le dije, señalando algunas flores de colores brillantes. Matteo asintió, sus ojos curiosos explorando cada detalle.Caminamos juntos por el jardín, descubriendo rincones ocultos y disfrutando de la belleza natural que nos rodeaba. Me sentía agradecida por este momento especial con Matteo. A medida que explorábamos, le contaba historias sobre las flores y los árboles, haciendo que cada rincón del jardín se volviera mágico a sus ojos.—¡Mira, Matteo! ¿Ves esa mariposa? —exclamé señalando una mariposa revoloteando cerca. Los ojos de Matteo se iluminaron de emoción al seguir el suave aleteo del insecto.Nos sentamos en un banco cerca de una fuente decorativa, disfrutando del soni
LeonardoVer cómo Althea cuidaba a mis hijos me generaba una extraña sensación en el cuerpo. Observarla alejarse dejándome con mi hijo menor, a quien jamás había cargado, incluso desde su nacimiento, era desconcertante. ¿Qué estaba pasando conmigo? Luego, cuando regresó con algunas cosas para la habitación de Matteo, mis dudas sobre ella se intensificaron, pero al ver cómo cuidaba a los niños, esas dudas parecían disiparse.—Tiene fiebre —me informó Marini, pero me quedé sin palabras, sin poder hacer nada. Althea se movió con agilidad para recoger a Pablo de mis brazos y alimentarlo con cuidado.Permanecí viendo cómo ella cuidaba a ambos niños como si fuera una experta en el tema, completamente absorto en la escena. Al menos, ya le había mostrado la foto de ella y de otros parientes que no eran muy agradables, con la esperanza de prevenir problemas en el futuro.Decidí posponer unos días más el viaje a Italia. También debía resolver algunos problemas con el pasaporte de Althea, parecí
AltheaTenía todo planeado para nuestra salida. Había vestido a Pablo con un adorable conjunto y, lo primero que hice, fue tomarle una foto, lucía tan bonito con su gorrito. Luego arreglé a Matteo, quien estaba emocionado por ir al centro comercial, especialmente cuando le puse sus lentes de sol y el mismo gorro que llevaba Pablo.—Son tan lindos —susurré, junto a mis mejillas con las de ellos, Matteo rio y Pablo emitió sonidos de bebé—. ¿Listos para salir?—¡Sí! —exclamó Matteo, alzando las manos emocionado. Bajamos al primer piso y coloqué al más pequeño en el cochecito para salir.Tal como había prometido Leonardo, nos llevaron en coche. Había visitado el centro comercial una vez antes, aquí en España, y aunque era un poco diferente, estaba igualmente lleno de personas. Lo primero que hice fue comprar ropa adecuada para Italia, según lo que encontré en Google.Después, busqué el juguete que Matteo quería: una batería de juguete. Una vez hecho eso, guardé la tarjeta y empecé a hacer
Leonardo Había decidido ir al centro comercial cuando vi que estaba gastando en ropa y juguetes para los bebés, quería ver que más podía hacer, cuando estaba a punto de llegar recibí una llamada de unos de los guardaespaldas, había pasado algo, les ordené que no hicieran nada, que estaba a punto de llegar. Mientras me dirigía donde ella, vi como habían hecho un medio círculo escuchando todo, también escuché como los de seguridad la veían como una poca cosa y como la culpaban a ella mientras el verdadero culpable estaba que huía. —Italia es mejor —Le dije indiferente, sus ojos se encontraron con los míos, se veían un poco llorosos, pero no creo que fuera por la presión, más bien por su pose era de la rabia. —Simplemente, te dije que fueras a comprar cosas, pero ahora estás discutiendo porque alguien te robó. Creo que te pagué lo suficiente para que no te quejaras por algo tan insignificante como un robo. Hago una leve broma de lo que me dijo hace unas horas. —Es tu tarjeta. La tar
AltheaDecidir viajar a un nuevo lugar era de las cosas que más me llenaba de ansiedad, no estaba segura si estaba preparada para eso, pero ya me había subido al avión, ya había llorado junto con mi familia. Era hora de animarme y seguir con mi sueño, de ser algo más en la vida, de no quedarme en la misma zona toda mi vida, por fin haría esto realidad, lo iba a conseguir. —Mierda —murmuré mientras reflexionaba sobre mi primera semana en España. A pesar de mis esfuerzos por obtener empleo, me enfrentaba a la realidad desalentadora de que nadie estaba dispuesto a ofrecerme nada. Quizás la resistencia provenía del agotamiento general hacia los inmigrantes, pero yo me había asegurado de seguir todos los procedimientos legales para obtener un pasaporte de trabajo.El temor a ser deportada me llevó a hacer todo correctamente, pero descubrí que eso también implicaba derechos sobre mis pagos, algo que no parecía ser bien recibido. La frustración crecía a medida que mi situación financiera s