MARIO MAGNANIBusqué emocionado a mi papito, parándome de puntitas para ver por encima de las cabezas de mis compañeros. Detrás de mí se encontraban los trillizos, discutiendo sobre qué dinosaurio era el mejor. ¡Obviamente yo estaba del mismo lado que Leonardo! ¡El T-Rex era el rey!Conforme los niños comenzaban a desaparecer de nuestro alrededor, empecé a preocuparme. Me agarré con fuerza de las asas de mi mochila y luché contra las ganas de gritar el nombre de mi papito. Él nunca llegaba tarde, siempre era el primero. Entendía que la señora Cristine, mi nueva mami, llegara tarde, pero él, ¡jamás!—Mario… Creo que lo mejor será ir adentro —dijo Leonardo tirando de mi suéter—. La maestra nos está haciendo señas de que entremos.Tanto él como Bruno y Gerardo estaban tristes, decepcionados, pero yo tenía fe en que mi papá llegaría. —¡Vayan! Yo esperaré a papá aquí, no debe tardar. —Los motivé, pero no parecían muy seguros de dejarme solito.Entonces escuché que alguien pronunciaba mi n
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